La noción de equilibrio entre el hablar y el callar la expresó la lengua
latina de los monjes y ascetas mediante el vocablo “taciturnitas”;
“silere” y “silentium” significan abstenerse absolutamente de hablar, “taciturnitas”,
en cambio, es hablar con moderación, lo necesario, discretamente.
“Taciturnitas” denota el hábito de guardar silencio, la virtud del
silencio, que concede a la facultad de expresarse mediante la palabra,
el ejercicio justo y debido y no más, y denota moderación, sobriedad,
sensatez, discreción.
En la regla de S. Benito encontramos 4 veces la palabra “taciturnitas” y
la palabra silencio, pero sólo de manera destacada en algunos capítulos:
En el c.6, dedicado al silencio nos enseña la “virtud del silencio”. En
7,56, por humildad. En 42,9, en relación con el silencio de la noche…
S.B. lo pide como disciplina funcional en 38,5, en el refectorio;
42,1-2, en el descanso nocturno; 48,5, en el descanso de la siesta;
52,2, al salir del oratorio, por respeto a los que quieren orar; 49, en
Cuaresma, se invita a los monjes que se sustraigan de la locuacidad….
El silencio como “egoísmo aislador”, insensible a los demás, NO es
benedictino. En fin, el propósito del silencio monástico no es no hablar,
es respeto a los demás, sentido del lugar, espíritu de paz.
La verdad sólo se puede conocer en absoluto silencio.
El silencio es la atmósfera que el amor necesita para que tu alma brille.
Deja el temor y permite que el silencio te posea, sólo en esta
inmensidad podrás escuchar la voz de Dios dentro de ti, llamándote para
darte a conocer todos los misterios del universo, y, no solamente esto,
también quiere darte a conocer el secreto de la vida eterna, pero
sobretodo, hacer que ésta se convierta en tu única realidad.
Sólo en profundo silencio podrás comprender que “TIENES VIDA”
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