EL AÑO LITÚRGICO: ANDAR CON JESÚS
Los
hombres y mujeres de hoy tenemos la necesidad de ordenar el tiempo que
vivimos. Consiguientemente hablamos de mañana, tarde y noche; de días
entre semana, de fin de semana; de semana, mes, trimestre
... Y hasta socialmente hablando, decimos año civil, escolar o académico,
laboral ... Así, también los cristianos ordenamos el tiempo de acuerdo
con un "calendario propio". Es lo que nombramos AÑO LITÚRGICO.
EL
AÑO LITÚRGICO
Vivir
el año litúrgico es una forma de andar
al lado de Jesús. Ser cristiano quiere decir seguir a Jesús, conocerlo,
amarlo, acordar la propia vida con
la vida que se desprende del Evangelio. Eso puede hacerse de muchas
maneras y la Iglesia, rica en carismas, nos propone algunas: tener
caridad, servir las hermanas y hermanos (especialmente los más pequeños),
evangelizar, catequizar, predicar la Palabra, rogar, celebrar!. El
año litúrgico hace posible vivir el descubrimiento con Jesús, hacer
memoria de su vida y actualizar su Presencia.
Así, en el
transcurso de los días, vamos adentrándonos en su Misterio, vamos
recurriendo al lado de Él los caminos de la suya y nuestra Galilea,
mientras Él va tejiendo en nuestra vida un nuevo año litúrgico que
renueva en nosotros el misterio de Pascua hasta que alcanzamos la
plenitud de vida que hemos sido llamados a vivir en Él (Ef
4,13).
El
año litúrgico, como en las otras divisiones con que medimos el tiempo
civil, también tiene sus días y momentos más relevantes que veremos
un poco más adelante. Hasta podemos decir que tiene su momento cima en
la Pascua que, por eso, resuena semanalmente en nuestra celebración
dominical. Con todo hay que decir que el año litúrgico no es una mera
repetición cíclica de un tiempo litúrgico tras otro, como si habláramos
de las estaciones meteorológicas que sí se suceden mutuamente. No. El
año litúrgico tiene un valor de sacramento que nos introduce, de lleno,
en la vida de Jesús. Cuando la Iglesia se reúne y celebra
comunitariamente el Misterio de la Salvación,
no estamos
recordando la vida pasada de Jesús ni estamos haciendo una memoria entrañable.
¡No!, sino que estamos celebrando a Jesús
mismo!,
porque es Él quién, hoy, continúa salvándonos, a fin de que nuestra existencia sea
transformada en Él.
EL
DÍA DEL SEÑOR
"La
Iglesia considera que le corresponde celebrar con un recuerdo sagrado la
obra salvadora del Cristo en días determinados dentro del curso del año.
Así, cada semana, el día que ella ha llamado
Domingo, hace memoria de la Resurrección del Señor, que, una vez el año
también celebra, con su Pasión, en la máxima solemnidad de Pascua."
(cf. SC 102).
"Siguiendo
una tradición apostólica, que empezó el mismo día de la Resurrección
de Cristo, la Iglesia celebra cada ocho días el misterio pascual en el
nombrado, con razón, día del Señor." (cf. SC 106).
Estos
textos de la constitución sobre la sagrada liturgia Sacrosanctum
Concilium del Concilio Vaticano II, manifiestan claramente el
carácter sustancial del domingo, el día del Señor. Es el primer día
de la semana, el día de la Resurrección de Cristo, el día de la
fracción del pan, de la nueva creación, el día que hizo al Señor (cf.
Sl 117,24), el día en que celebramos su
Misterio Pascual. Cada domingo es Pascua, ya lo hemos dicho. Lo es también
cada día y bien especialmente cada vez que celebremos la Eucaristía.
Pero el domingo es Pascua de una manera particular. Somos convocados por
el mismo Señor a compartir la mesa
de su Palabra y de su Cuerpo. El domingo es una afirmación de la vida,
una aserción de aquella Vida que nos hace plenamente humanos a la vez
que divinos. Jesús vence la tiniebla del mal
y de la muerte y nos inserta con Él en la nueva vida de resucitados. El
domingo anticipa, justo en medio de la propia condición de fragilidad y
contingencia, en el mismo corazón del
sufrimiento de tantos hombres y mujeres de nuestro tiempo, aquella
felicidad verdadera que estamos llamados a disfrutar en Dios. ¿No
es, pues, un día para celebrar?
EL
CICLO DE PASCUA
Los
primeros cristianos se reunían, pues, el domingo para celebrar la
Resurrección de Jesús y su Presencia nueva, en medio de ellos. Podríamos
decir que el culto cristiano, la celebración de la Iglesia, nació para
celebrar esta experiencia de Pascua. Más tarde, debido a las
influencias de las comunidades cristianas procedentes del judaísmo,
surgió la celebración de esta fiesta una vez al año, enfatizando su
solemnidad, de la misma manera que los judíos celebraban su pascua
anualmente. Celebramos pues un gran domingo, que se inicia ya en la víspera,
en el cual, como nos canta bellamente el Pregón de la Vigília Pascual,
Cristo, rompiendo los vínculos de la muerte, sube victoriosamente del
abismo, y hace posible el reencuentro del hombre con Dios. Es Pascua.
Como
podemos ver, el carácter central de la fiesta
de Pascua da sentido y contenido a todo el año litúrgico; y está en
torno a esta "fiesta de las fiestas" que se desplegarán el
resto de tiempos litúrgicos: el tiempo de Cuaresma, el Tríduum
Pasqual y el tiempo de Pascua. Veamoslos brevemente.
Tiempo
de Cuaresma
Es
un tiempo de preparación para celebrar el Misterio Pascual de Cristo. Ya en los siglos
III-IV
encontramos instaurado un ayuno de 40 días que quiere ser memoria de
los 40 años de camino de los israelitas por el desierto, así como de
los 40 días en que Jesús fue tentado en el desierto. Es tiempo de
purificación, de conversión y penitencia, de volver
a Dios. Es el tiempo en que los catecúmenos se preparaban para ser
bautizados durante la noche de Pascua con el fin de renacer a una vida
nueva.
Hoy,
el tiempo de Cuaresma empieza el miércoles
de ceniza para cerrarse el jueves santo, víspera del Tríduum,
antes de la celebración de la Misa de la Cena del Señor. Durante este
tiempo, la Palabra de Dios se nos da en forma de una catequesis
bautismal muy llena. A través de ella,
nuestra mirada interior se descentra de nosotros mismos para ir
aprendiendo a mirar, sólo, a Jesús. Es tiempo de conversión, lo decíamos,
de recogimiento y sobriedad. Por eso no se canta el Aleluya; y los textos y
la música de los cantos, la ausencia de flores, el color morado de los
ornamentos son o tendrían que ser, signo de esta huella de moderación y
templanza que atraviesa todo el tiempo cuaresmal.
Tríduum
Pasqual
Estamos
en el punto culminante de todo el año litúrgico. Celebramos el Misterio
de la pasión, muerte y resurrección de Jesús. El
tríduum,
como su nombre manifiesta, se compone de tres días: viernes, sábado y
domingo; aunque se empieza con las "primeras vísperas" de la
Misa de la Cena del Señor, hasta las segundas vísperas del domingo de
Pascua. Son los días santos por excelencia, en los cuales la Iglesia
acompaña a Jesús en los momentos extremos de su existencia humana. La
riqueza simbólica de estos días es extraordinaria y significativa: ¡el
lavado de pies, la institución de la Eucaristía, la adoración al
Santíssimo
Sacramento,
la meditación de los cánticos del Sirviente de Jahvè
y de la lectura de la Pasión según San Juan,
la plegaria de intercesión universal, la adoración de la Cruz, el
ayuno eucarístico, el frío, el silencio y la oscuridad del sepulcro,
hasta que la Luz del Cirio Pascual irrumpe
con fuerza en la espesa noche, y nos anuncia el Aleluya de Pascua!
La
larga liturgia de la Palabra (catequesis de la historia de la
salvación, de nuestra misma historia), la celebración de los
sacramentos de la iniciación cristiana y la renovación de nuestro
bautismo, en tanto que hijos e hijas de Dios regenerados a una vida
nueva ... Son tantos los aspectos que se suceden en estos días santos,
que se necesitaría un artículo propio que hiciera posible hablar suficientemente
de cada uno de ellos.
Tiempo
de Pascua
Se
extiende hasta los 50 días después de Pascua. Entre los Padres de la
Iglesia, San Atanasio (s.III) dice de este
tiempo que es como "un gran domingo". De aquí que en estos
cincuenta días de Pascua resuena sin detenerse el Aleluya, mientras el
cirio pascual preside nuestra asamblea como signo de la Presencia
perenne del Resucitado entre nosotros.
Al
acabar estos 50 días celebramos, todavía, dos fiestas importantes: la Ascensión
del Señor, que es la glorificación de Cristo y primicia de nuestra
salvación, y la fiesta de Pentecostés que nos trae
el Espíritu Santo como acción de Dios en nuestra vida, y fuerza que
nos empuja a formar un solo cuerpo (el Cuerpo de Cristo) en el corazón
de la Iglesia.
EL
CICLO DE NAVIDAD
Por
Navidad, celebramos el Misterio de Dios hecho hombre, y el Misterio de su
Epifanía (manifestación) a la humanidad. Y este Misterio se desgrana
en una multiplicidad de aspectos: el Misterio de la Encarnación (elogio
divino del límite!), el Misterio de la manifestación de Dios, el
nacimiento, la compasión, la unión de Dios con el hombre, la
divinización de la humanidad ... Celebramos que "se ha manifestado
la bondad de Dios, Salvador nuestro, y el amor que Él tiene a los
hombres" (cf. Tt
3,4).
El
ciclo de Navidad no se instaura hasta el s.IV, con la pretensión de
alejar los fieles de las celebraciones paganas e idolátricas
del sol en el solsticio de invierno, y de afirmar los dogmas de los
primeros concilios de la Iglesia respecto de la naturaleza humana y
divina de Cristo. Recordar este origen, quizás podría ayudarnos a
rehacer, hoy, el auténtico sentido de la Navidad ante el exceso de
consumo y las influencias nórdicas que invaden estos días.
Tiempo
de Adviento
El
tiempo de Adviento nos invita a prepararnos para la venida del Señor,
tanto para la primera (la de su nacimiento en Belén
de Judea), como para la segunda venida que ocurrirá al fin de
los tiempos. Es una invitación a vivir en la esperanza de que Dios
viene a salvarnos y, para ayudarnos a que sea así, la Iglesia nos
propone fijarse en tres personajes que la supieron vivir en toda su
intensidad: ¡el profeta Isaias, Juan Bautista (el precursor del Mesías) y, claro
está, María,
la madre de Jesús!
EL
TIEMPO DE DURANTE EL AÑO
Las
34 semanas que nos quedan para completar el año, forman lo que de forma
litúrgica se nombra "tiempo ordinario" o "de durante el
año". Empieza después de la fiesta del Bautismo del Señor
hasta al inicio de la Cuaresma, y continúa de nuevo el lunes después de
Pentecostés para cerrarse a principios de Adviento,
con la celebración de la fiesta de Cristo Rey.
Durante este tiempo, la celebración del domingo nos invita a vivir el
encuentro personal con Cristo, recorriendo los misterios de su vida, y
saboreando su contenido y enseñanzas.
En
este tiempo de durante el año iremos encontrando otras fiestas que darán
un tono especial en el recorrido emprendido al lado de Jesús. Son la
fiesta de la Anunciación (que celebramos el 25 de marzo), la de la
Transfiguración (el 6 de agosto), la Exaltación de la Santa Cruz (el 14 de septiembre), y las fiestas de la
Santíssima Trinidad, del Cuerpo y de la Sangre de Cristo (la solemnidad del
Corpus), del Sagrado Corazón de Jesús,
de Cristo Rey, así como las fiestas de la
Dedicación de una Iglesia.
EL
CULTO A MARÍA, LOS MÁRTIRES Y LOS SANTOS
Las
fiestas de María y de los Santos
las encontramos insertadas a lo largo del año litúrgico. En los
santos contemplamos el Misterio Pascual de Cristo llevado a plenitud. Así, la vida de los santos ejemplarizan
con claridad el cumplimiento de
aquellas palabras que el Apóstol dirigió a los cristianos de Galacia:
"Ya no soy yo quién vivo; es
Cristo quien vive en mí" (cf. Ga
2,20).
Igualmente,
María de Natzaret, orientó toda su vida
hacia su Hijo y para su Hijo. Por eso la celebramos recordando su
maternidad divina en la solemnidad de Santa María
(el 1 de enero), su "fiat" después del anuncio del ángel, que es la
fiesta de la Anunciación de la Madre de Dios, popularmente dicho de la
Encarnación (el 25 de marzo), su Asunción o Dormición
(el 15 de Agosto), y su Inmaculada Concepción
(el 8 de diciembre). A la vez la recordamos en otros aspectos de su misma vida: en la fiesta de la
Presentación de Jesús en el Templo (el 2 de febrero), en la fiesta de
la Visitación a su prima Elisabet (el 31
de mayo), en su nacimiento, que es la fiesta de la Natividad de la Madre de
Dios (el 8 de septiembre), así como en tantas y tantas otras
advocaciones desde las cuales María se nos
presenta como Madre de consuelo y de esperanza
Natalia
Aldana, monja de Sant Benet de
Montserrat
|