AÑO   LITÚRGICO                                               por Natalia Aldana


EL AÑO LITÚRGICO:
ANDAR CON JESÚS

Los hombres y mujeres de hoy tenemos la necesidad de ordenar el tiempo que vivimos. Consiguientemente hablamos de mañana, tarde y noche; de días entre semana, de fin de semana; de semana, mes, trimestre ... Y hasta socialmente hablando, decimos año civil, escolar o académico, laboral ... Así, también los cristianos ordenamos el tiempo de acuerdo con un "calendario propio". Es lo que nombramos AÑO LITÚRGICO.

EL AÑO LITÚRGICO

Vivir el año litúrgico es una forma de andar al lado de Jesús. Ser cristiano quiere decir seguir a Jesús, conocerlo, amarlo, acordar la propia vida con la vida que se desprende del Evangelio. Eso puede hacerse de muchas maneras y la Iglesia, rica en carismas, nos propone algunas: tener caridad, servir las hermanas y hermanos (especialmente los más pequeños), evangelizar, catequizar, predicar la Palabra, rogar, celebrar!. El año litúrgico hace posible vivir el descubrimiento con Jesús, hacer memoria de su vida y actualizar su Presencia. Así, en el transcurso de los días, vamos adentrándonos en su Misterio, vamos recurriendo al lado de Él los caminos de la suya y nuestra Galilea, mientras Él va tejiendo en nuestra vida un nuevo año litúrgico que renueva en nosotros el misterio de Pascua hasta que alcanzamos la plenitud de vida que hemos sido llamados a vivir en Él (Ef 4,13).

El año litúrgico, como en las otras divisiones con que medimos el tiempo civil, también tiene sus días y momentos más relevantes que veremos un poco más adelante. Hasta podemos decir que tiene su momento cima en la Pascua que, por eso, resuena semanalmente en nuestra celebración dominical. Con todo hay que decir que el año litúrgico no es una mera repetición cíclica de un tiempo litúrgico tras otro, como si habláramos de las estaciones meteorológicas que sí se suceden mutuamente. No. El año litúrgico tiene un valor de sacramento que nos introduce, de lleno, en la vida de Jesús. Cuando la Iglesia se reúne y celebra comunitariamente el Misterio de la Salvación, no estamos recordando la vida pasada de Jesús ni estamos haciendo una memoria entrañable. ¡No!, sino que estamos celebrando a Jesús mismo!, porque es Él quién, hoy, continúa salvándonos, a fin de que nuestra existencia sea transformada en Él.

EL DÍA DEL SEÑOR

"La Iglesia considera que le corresponde celebrar con un recuerdo sagrado la obra salvadora del Cristo en días determinados dentro del curso del año. Así, cada semana, el día que ella ha llamado Domingo, hace memoria de la Resurrección del Señor, que, una vez el año también celebra, con su Pasión, en la máxima solemnidad de Pascua." (cf. SC 102).

"Siguiendo una tradición apostólica, que empezó el mismo día de la Resurrección de Cristo, la Iglesia celebra cada ocho días el misterio pascual en el nombrado, con razón, día del Señor." (cf. SC 106).

Estos textos de la constitución sobre la sagrada liturgia Sacrosanctum Concilium del Concilio Vaticano II, manifiestan claramente el carácter sustancial del domingo, el día del Señor. Es el primer día de la semana, el día de la Resurrección de Cristo, el día de la fracción del pan, de la nueva creación, el día que hizo al Señor (cf. Sl 117,24), el día en que celebramos su Misterio Pascual. Cada domingo es Pascua, ya lo hemos dicho. Lo es también cada día y bien especialmente cada vez que celebremos la Eucaristía. Pero el domingo es Pascua de una manera particular. Somos convocados por el mismo Señor a compartir la mesa de su Palabra y de su Cuerpo. El domingo es una afirmación de la vida, una aserción de aquella Vida que nos hace plenamente humanos a la vez que divinos. Jesús vence la tiniebla del mal y de la muerte y nos inserta con Él en la nueva vida de resucitados. El domingo anticipa, justo en medio de la propia condición de fragilidad y contingencia, en el mismo corazón del sufrimiento de tantos hombres y mujeres de nuestro tiempo, aquella felicidad verdadera que estamos llamados a disfrutar en Dios. ¿No es, pues, un día para celebrar?

EL CICLO DE PASCUA

Los primeros cristianos se reunían, pues, el domingo para celebrar la Resurrección de Jesús y su Presencia nueva, en medio de ellos. Podríamos decir que el culto cristiano, la celebración de la Iglesia, nació para celebrar esta experiencia de Pascua. Más tarde, debido a las influencias de las comunidades cristianas procedentes del judaísmo, surgió la celebración de esta fiesta una vez al año, enfatizando su solemnidad, de la misma manera que los judíos celebraban su pascua anualmente. Celebramos pues un gran domingo, que se inicia ya en la víspera, en el cual, como nos canta bellamente el Pregón de la Vigília Pascual, Cristo, rompiendo los vínculos de la muerte, sube victoriosamente del abismo, y hace posible el reencuentro del hombre con Dios. Es Pascua.

Como podemos ver, el carácter central de la fiesta de Pascua da sentido y contenido a todo el año litúrgico; y está en torno a esta "fiesta de las fiestas" que se desplegarán el resto de tiempos litúrgicos: el tiempo de Cuaresma, el Tríduum Pasqual y el tiempo de Pascua. Veamoslos brevemente.

Tiempo de Cuaresma

Es un tiempo de preparación para celebrar el Misterio Pascual de Cristo. Ya en los siglos III-IV encontramos instaurado un ayuno de 40 días que quiere ser memoria de los 40 años de camino de los israelitas por el desierto, así como de los 40 días en que Jesús fue tentado en el desierto. Es tiempo de purificación, de conversión y penitencia, de volver a Dios. Es el tiempo en que los catecúmenos se preparaban para ser bautizados durante la noche de Pascua con el fin de renacer a una vida nueva.

Hoy, el tiempo de Cuaresma empieza el miércoles de ceniza para cerrarse el jueves santo, víspera del Tríduum, antes de la celebración de la Misa de la Cena del Señor. Durante este tiempo, la Palabra de Dios se nos da en forma de una catequesis bautismal muy llena. A través de ella, nuestra mirada interior se descentra de nosotros mismos para ir aprendiendo a mirar, sólo, a Jesús. Es tiempo de conversión, lo decíamos, de recogimiento y sobriedad. Por eso no se canta el Aleluya; y los textos y la música de los cantos, la ausencia de flores, el color morado de los ornamentos son o tendrían que ser, signo de esta huella de moderación y templanza que atraviesa todo el tiempo cuaresmal.

Tríduum Pasqual

Estamos en el punto culminante de todo el año litúrgico. Celebramos el Misterio de la pasión, muerte y resurrección de Jesús. El tríduum, como su nombre manifiesta, se compone de tres días: viernes, sábado y domingo; aunque se empieza con las "primeras vísperas" de la Misa de la Cena del Señor, hasta las segundas vísperas del domingo de Pascua. Son los días santos por excelencia, en los cuales la Iglesia acompaña a Jesús en los momentos extremos de su existencia humana. La riqueza simbólica de estos días es extraordinaria y significativa: ¡el lavado de pies, la institución de la Eucaristía, la adoración al Santíssimo Sacramento, la meditación de los cánticos del Sirviente de Jahvè y de la lectura de la Pasión según San Juan, la plegaria de intercesión universal, la adoración de la Cruz, el ayuno eucarístico, el frío, el silencio y la oscuridad del sepulcro, hasta que la Luz del Cirio Pascual irrumpe con fuerza en la espesa noche, y nos anuncia el Aleluya de Pascua!

La larga liturgia de la Palabra (catequesis de la historia de la salvación, de nuestra misma historia), la celebración de los sacramentos de la iniciación cristiana y la renovación de nuestro bautismo, en tanto que hijos e hijas de Dios regenerados a una vida nueva ... Son tantos los aspectos que se suceden en estos días santos, que se necesitaría un artículo propio que hiciera posible hablar suficientemente de cada uno de ellos.

Tiempo de Pascua

Se extiende hasta los 50 días después de Pascua. Entre los Padres de la Iglesia, San Atanasio (s.III) dice de este tiempo que es como "un gran domingo". De aquí que en estos cincuenta días de Pascua resuena sin detenerse el Aleluya, mientras el cirio pascual preside nuestra asamblea como signo de la Presencia perenne del Resucitado entre nosotros.

Al acabar estos 50 días celebramos, todavía, dos fiestas importantes: la Ascensión del Señor, que es la glorificación de Cristo y primicia de nuestra salvación, y la fiesta de Pentecostés que nos trae el Espíritu Santo como acción de Dios en nuestra vida, y fuerza que nos empuja a formar un solo cuerpo (el Cuerpo de Cristo) en el corazón de la Iglesia.

EL CICLO DE NAVIDAD

Por Navidad, celebramos el Misterio de Dios hecho hombre, y el Misterio de su Epifanía (manifestación) a la humanidad. Y este Misterio se desgrana en una multiplicidad de aspectos: el Misterio de la Encarnación (elogio divino del límite!), el Misterio de la manifestación de Dios, el nacimiento, la compasión, la unión de Dios con el hombre, la divinización de la humanidad ... Celebramos que "se ha manifestado la bondad de Dios, Salvador nuestro, y el amor que Él tiene a los hombres" (cf. Tt 3,4).

El ciclo de Navidad no se instaura hasta el s.IV, con la pretensión de alejar los fieles de las celebraciones paganas e idolátricas del sol en el solsticio de invierno, y de afirmar los dogmas de los primeros concilios de la Iglesia respecto de la naturaleza humana y divina de Cristo. Recordar este origen, quizás podría ayudarnos a rehacer, hoy, el auténtico sentido de la Navidad ante el exceso de consumo y las influencias nórdicas que invaden estos días.

Tiempo de Adviento

El tiempo de Adviento nos invita a prepararnos para la venida del Señor, tanto para la primera (la de su nacimiento en Belén de Judea), como para la segunda venida que ocurrirá al fin de los tiempos. Es una invitación a vivir en la esperanza de que Dios viene a salvarnos y, para ayudarnos a que sea así, la Iglesia nos propone fijarse en tres personajes que la supieron vivir en toda su intensidad: ¡el profeta Isaias, Juan Bautista (el precursor del Mesías) y, claro está, María, la madre de Jesús!

EL TIEMPO DE DURANTE EL AÑO

Las 34 semanas que nos quedan para completar el año, forman lo que de forma litúrgica se nombra "tiempo ordinario" o "de durante el año". Empieza después de la fiesta del Bautismo del Señor hasta al inicio de la Cuaresma, y continúa de nuevo el lunes después de Pentecostés para cerrarse a principios de Adviento, con la celebración de la fiesta de Cristo Rey. Durante este tiempo, la celebración del domingo nos invita a vivir el encuentro personal con Cristo, recorriendo los misterios de su vida, y saboreando su contenido y enseñanzas.

En este tiempo de durante el año iremos encontrando otras fiestas que darán un tono especial en el recorrido emprendido al lado de Jesús. Son la fiesta de la Anunciación (que celebramos el 25 de marzo), la de la Transfiguración (el 6 de agosto), la Exaltación de la Santa Cruz (el 14 de septiembre), y las fiestas de la Santíssima Trinidad, del Cuerpo y de la Sangre de Cristo (la solemnidad del Corpus), del Sagrado Corazón de Jesús, de Cristo Rey, así como las fiestas de la Dedicación de una Iglesia.

EL CULTO A MARÍA, LOS MÁRTIRES Y LOS SANTOS

Las fiestas de María y de los Santos las encontramos insertadas a lo largo del año litúrgico. En los santos contemplamos el Misterio Pascual de Cristo llevado a plenitud. Así, la vida de los santos ejemplarizan con claridad el cumplimiento de aquellas palabras que el Apóstol dirigió a los cristianos de Galacia: "Ya no soy yo quién vivo; es Cristo quien vive en mí" (cf. Ga 2,20).

Igualmente, María de Natzaret, orientó toda su vida hacia su Hijo y para su Hijo. Por eso la celebramos recordando su maternidad divina en la solemnidad de Santa María (el 1 de enero), su "fiat" después del anuncio del ángel, que es la fiesta de la Anunciación de la Madre de Dios, popularmente dicho de la Encarnación (el 25 de marzo), su Asunción o Dormición (el 15 de Agosto), y su Inmaculada Concepción (el 8 de diciembre). A la vez la recordamos en otros aspectos de su misma vida: en la fiesta de la Presentación de Jesús en el Templo (el 2 de febrero), en la fiesta de la Visitación a su prima Elisabet (el 31 de mayo), en su nacimiento, que es la fiesta de la Natividad de la Madre de Dios (el 8 de septiembre), así como en tantas y tantas otras advocaciones desde las cuales María se nos presenta como Madre de consuelo y de esperanza

Natalia Aldana,  monja de Sant Benet de Montserrat