Según parece, este niño Jesús se
puede fechar entre el 1860-70 y corresponde al taller de DomènecTalarn.
Domènec Talarn i Ribot:
nació en 1812 y murió en 1902. Se
estableció como escultor en la calle Jerusalén de Barcelona. En la escuela
de arte de "Llotja" fue discípulo de Damian Campeny que le dio para realizar
los relieves de la casa "Xifrè", en el "Pla de Palau" de Barcelona.
Sus
terracotas son de un barroco gracioso y delicado, impropiamente llamado "isabelino",
alejadas del neoclasicismo del momento.
Talarn fue premiado en "Llotja" entre los años 1832 y 1837, aunque trabajaba
al margen del mundo oficial.
Protegió muchos artistas jóvenes, ayudándolos en todos los órdenes, entre
ellos a Marià Fortuny, de Reus, que fue a vivir con él en Barcelona.
Las dos
facetas de su escultura son la imaginería religiosa, donde se descubre con
toda su belleza su dimensión de escultor, y las figuras de pesebre.
Talarn fue
un pesebrista militante, fundador de la antigua asociación de
pesebristas de Catalunya en 1863. La característica de sus figuras de
pesebre es la preocupación historicista, hija de la época. Son
particularmente destacables los reyes magos y "sus séquitos", donde
demostraba una habilidad prodigiosa.
En lugar del realismo de Ramon Amadeu, los reyes de Talarn participan de un
historicismo y de un exotismo orientalista propio del romanticismo y que
vemos muy bien representado con Marià Fortuny (las decoraciones de los
vestidos de los dos artistas se acercan mucho).
Los reyes de Talarn son realmente tres príncipes orientales.
El
pesebrismo conoció en aquella época un buen momento. Muchos particulares
hacían pesebres y abrían sus casas a quien les quisiera visitar. Para los
grandes mecenas los hacían especialistas de renombre. Al lado de Talarn,
diversos artistas se dedicaron en exclusiva a las figuras de pesebres.
En rivalidad con la sobriedad de Talarn y su escuela, Mariano Quadrado
incorporó en el pesebre un realismo soez, introduciendo la figura del cagón.
Lo que
Talarn quería era dar relieve a una devoción popular que disminuió desde la
invasión francesa, en 1810.
Con los pesebres y las "pasiones" quería que entrara en las casas la
devoción y la tradición, y así saciar el anhelo popular de creatividad,
aunque estuviera un poco alejado de los movimientos artísticos más cultos.
Con respecto
a la imaginería religiosa, que es donde se revela más su genio, es
autor de importantes Calvarios, como el del Monasterio del Escorial, en
Madrid, y el del Claustro de la Catedral de Barcelona.
Trabajó con una gran intensidad toda la vida. Muchas de sus imágenes fueron
exportadas a América, Oriente Medio y Filipinas, entonces colonias españolas.
En nuestro país, la mayoría de sus obras fueron destruidas en 1936.
Dentro de
esta imaginería religiosa, a la que corresponde nuestro Niño Jesús,
en los inicios
Domingo Talarn siguió una tendencia neoclásica, pero pronto se decantó
por el barroco sin dejar un cierto realismo exótico, que podríamos comparar
con los iconos orientales, tan amados hoy día. No es éste el único caso en
qué la expresión devota del icono, se hace presente en el arte catalán.
Las figuras de la escuela castellana acostumbran a tener un realismo más
sentimental. Mientras que el realismo catalán es más sereno y más moderado.
Al lado de
la religiosidad artística moderna, en el siglo XIX había una importante
demanda de arte religioso tradicional. Hasta entonces este arte religioso
tradicional estaba en manos de artesanos de formación gremial, mientras que
los académicos trataban los temas religiosos con más voluptuosidad, o
preferían los temas profanos.
Esta religiosidad artística tradicional fue promovida en Cataluña por un
ilustre alumno de Llotja: S. Antonio M. Claret.
Talarn es uno de los mejores representantes de esta corriente tradicional,
paralela al romanticismo.
La
influencia de Talarn se notará todavía en la época siguiente, en pleno
realismo, a través del escultor Joan Roig i Solé, de Reus. Lo encontramos,
en un acto académico oficial, entregando la medalla de oro a un joven pintor
mallorquín: Antoni Ribas, que explora un paisaje de tema sencillo y
cotidiano en oposición a las habituales obras de arte ampulosas y con
títulos extravagantes.
El autor,
pues, de este Niño Jesús, es un escultor hijo de Barcelona, y de un cierto
renombre. Un hombre que, a la vez que el arte, ama la Iglesia y la piedad
popular. Un hombre que valora la tradición pero sin estar tan aferrado a
ella, que a sus 90 años no pueda abrirse a las nuevas corrientes que llegan
e, incluso, no ser su impulsor. Un hombre que no se deja influenciar por la
corriente romántica individualista, sentimental, o hasta melancólica.
Podríamos
imaginarnos Domènec Talarn como una persona serena, juiciosa, un hombre de
nuestra tierra que va haciendo su camino con libertad y con paz.
Así nació nuestro "Hereuet" (pequeño Heredero), como le llamaban nuestras
monjas antiguas, con todo su hechizo exótico, devoto, espiritual y lleno de
humanidad. Diríamos, es como un trozo de MISTERIO del Dios hecho Hombre,
aquí, en nuestra tierra.
Y yo me
pregunto: ¿no lo podríamos venerar con la devoción propia de un ICONO
oriental, realizado a través de la plegaria y que lleva a ella? Sí, un icono
catalán, que nosotras, las monjas de casa, nos sentimos nuestro. Un icono
que realmente nos invita a una ofrenda navideña, mientras cantamos:
¿"Qué le daremos al Niño de la madre?"
(canción tradicional catalana)
|