“La Historia Religiosa” de Teodoreto, obispo de Ciro (423), puede
decirse que es el texto base para el estudio del monacato de Siria del
Norte. En él nos ofrece una serie de vidas de monjes ascetas: unos
eremitas y otros cenobitas. Son ascetas a menudo extraños,
excéntricos..., pero todos ellos llenos de celo y buena voluntad para
servir a Dios.
Las raíces del monacato sirio hay que buscarlas en el propio terreno en
el que se desarrolló. Hoy nadie lo duda. Lo que se discute son las
influencias en su aparición y en su personalidad. Algunos autores dicen
que existen vínculos que los relacionan con las culturas orientales:
persa, india,...
En el s. II la corriente ascética procedente del judeocristianismo y del
judaísmo de Siria, influyó poderosamente en el monacato naciente.
L’ascesis cristiana se desarrolla en Siria y Mesopotamia a partir de una
lectura interesada de los Evangelios, particularmente el de Lucas, más
radical en lo concerniente a ascesis. También el “Evangelio de Tomás”,
escrito gnóstico, está estrechamente relacionado con la ascesis
cristiana de Siria, la cual considera Tomás como un asceta itinerante,
un “extranjero” que lo ha dejado todo para seguir a Cristo. Así
gradualmente se fue pasando del ascetismo al monacato.
Estos personajes extraños, viven en los montes y los yermos. Son hombres
y mujeres que quieren vivir solos, raramente se mencionan grupos de dos
o tres, absolutamente separados del mundo. Algunos se han construido
chozas; otros habitan en grutas y cavernas.
Opuesto al de los anacoretas que por motivos ascéticos no paraban en
ningún sitio, era el estilo de vida de los reclusos, que fue muy
floreciente en Siria, eran monjes y monjas que pasaron gran parte de su
vida entre cuatro paredes.
Pero la forma de ascetismo más llamativa y original que inventó el
monacato sirio fue el de los estilitas. Los estilitas - de stylos
(columna) – fueron relativamente numerosos en todo el Oriente cristiano,
incluso Bizancio tuvo su estilita, san Daniel. Pero abundaron en Siria y
Mesopotamia. El más conocido es san Simeón. La fama de sus ayunos y de
sus extrañas penitencias se extendió por toda la región. Su prestigio de
hombre de Dios le confirió una autoridad indiscutible.
Este ascetismo excéntrico marcó todo el monacato sirio, incluso el de
formas más normales, como fue el cenobítico. Ayunos prolongados, lucha
acérrima contra el sueño, austeridades naturales y artificiales llenan
las página de Teodoreto.
Otro medio de mortificación muy común era la falta de higiene: la
suciedad, la mugre, la hediondez,...Es muy arduo para nuestra mentalidad
entender un monacato así. Pero una cosa es cierta: los sirios sentían
debilidad por las austeridades extremas, excéntricas y muchas veces
repelentes, que no lo eran para la sensibilidad del pueblo en medio del
cual florecía este ascetismo. El aura popular que rodeaba a los “atletas
de la piedad”, era la prueba más convincente.
El monacato se fue domesticando, normalizando, estructurando, pero
continuaron soplando aires de libertad. La vida comunitaria o
cenobitismo procede de dos fuentes. Una, el ascetismo premonástico, es
decir, las vírgenes y los ascetas que gradualmente fueron formando
comunidades de vida. Otra, el magisterio espiritual, que iba glutinando
en torno a un abba, de santa vida y sana doctrina, a un grupo de
discípulos hasta culminar en la fundación de un monasterio. En Siria la
más antigua forma de cenobitismo nació de la simple necesidad de
comunión entre los miembros de una Iglesia local que practicaban el
mismo grado avanzado de ascetismo. La realidad de comunión es tan
esencial y constitutiva que basta por si sola, en la ausencia de
superior , para mantener la cohesión del grupo. Estos ascetas permanecen
bajo la jurisdicción inmediata de la jerarquía local , con la que
cooperan.
El otro cenobitismo procede del eremitismo. Fueron apareciendo poco a
poco en muchos lugares, agrupaciones más o menos cenobíticas en torno a
famosos ascetas.
Los sirios, individualistas y enamorados de las formas más extravagantes
de monacato, seguían fieles a su ideal primitivo: la soledad del
desierto, los montes, las grutas, con plena libertad para dedicarse a
las más terribles mortificaciones. Ni se avenía, el cenobitismo, con el
característico sentido de la pobreza de los monjes. Sin embargo, acabó
por arraigar y ya en las última décadas del s. IV se levantaron muchos
monasterios. Al principio fueron muy modestos pero fueron prosperando.
El cenobitismo triunfaba, pero era un cenobitismo sui generis. La falta
de reglas monásticas es un indicio importante; denota que los cenobitas
no renunciaban completamente a su libertad. El ideal monástico siguió
siendo en ellos la vida anacorética.
Los monjes sirios empezaban por un período de aprendizaje bajo la
dirección de un padre espiritual clarividente y exigente. Llegados a
cierta madurez , se comprometían a la práctica de la castidad perfecta y
de todas las virtudes, según lo requiere el estado monástico; Dios, en
cambio, se comprometía tácitamente a conceder al nuevo monje las gracias
necesarias para cumplir las obligaciones que acababa de contraer.
Cada cual disponía del tiempo a su gusto, pero teniendo en cuenta la
voluntad de Dios y, en más de los casos, la del padre espiritual.
Lógicamente, más tarde tuvieron que establecerse horarios.
Gracias a las obras de san Juan Crisóstomo, podemos conocer un poco la
vida cotidiana de los monasterios. Era una vida sencilla, pacífica y
silenciosa. Bajo la dirección de un superior, los monjes oran, comen y
duermen juntos. No hay “mío” ni “tuyo”: comida y vestido son comunes a
todos. Toda la jornada se reparte básicamente entre el trabajo manual y
la lectura; algunos monjes se ocupan en ministerios pastorales , en la
enseñanza. Tres oficios litúrgicos comunitarios – tercia, sexta y nona –
interrumpen el trabajo o la lectura. Al atardecer se cantan Vísperas.
Luego se toma la única comida del día que no es obligatoria. Los que
trabajan se dedican principalmente a la agricultura y la horticultura, a
trenzar cestas y a copiar libros. Las monjas, muy numerosas, se ocupan
especialmente en hilar y cuidar enfermos, de este nodo pueden subvenir a
sus propias necesidades, sin depender de nadie.
En contraste con el ambiente monástico helenista, las líneas
características del monacato sirio le distinguen por su individualismo,
las mortificaciones y la tendencia a las experiencias místicas.
El monje sirio era libre. No optaba una vez para siempre por un género
determinado de actividad. No se sentía prisionero de sistemas, esquemas,
reglamentos y otras zarandajas. No estaba sujeto a la tremenda división
entre vida activa y contemplativa, que acabará por imponerse con tanto
rigor en la Iglesia latina. Simplemente, había optado por la vida
monástica, esto es, por el servicio total y exclusivo a Dios. Buscaba a
Dios de todo corazón: en la ascesis durísima , en la oración, en la
Escritura. Pero, sobre todo, siendo dócil a las mociones del Espíritu,
que le conducía por caminos a veces nuevos, a menudo variados.
ESTA ES LA GRANDEZA DEL MONACATO SIRIO
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