SOBRE DISTINTOS TEMAS    Josefina Rabella
 

 


COMO VIVE UNA COMUNIDAD MONÁSTICA
DE LA IGLESIA CATÓLICA

 


Desde el principio del cristianismo, los creyentes solían reunirse para orar, ayudarse y poner sus bienes en común. (Ac. 4,32-35)
Más tarde, para poderse unir e imitar a Cristo en su pobreza, humildad y, también, para renunciar a ciertos bienes de la vida humana: riquezas, matrimonio, poder,...y practicar los consejos evangélicos de pobreza, castidad y obediencia, los cristianos empiezan a separarse del mundo, y nace la gran corriente de “solitarios” o monjes “monachi” que se retiran al desierto, que viven en silencio, soledad, plegaria, trabajando con sus manos.
Algunos años después, se organizan en comunidades y aparecen las instituciones monásticas. Empiezan en Egipto, Siria... y se extienden por el Próximo Oriente. Sus promotores son : S. Basilio, S. Gregorio el Grande, S. Jerónimo...Con S. Basilio la concepción comunitaria monástica se generaliza y aumenta su importancia dentro de la Iglesia.
De Oriente el monaquismo pasa a Occidente, donde va expansionándose por Italia, África, España, Gäl•lia,... pero continua alimentándose de sus raíces orientales.
El desenvolvimiento del movimiento monástico en el s. IV refleja la vivencia profunda del Evangelio. Los primeros monjes viven solos en ermitas como Jesús en el desierto.
Pero con Basilio, organizador de la caridad social en su Diócesis de Cesarea, se pone el acento no en la vida solitaria, sino en la comunitaria, que refleja mejor el amor fraternal que Jesús pide a sus discípulos.
El “Amaos los unos a los otros”, influye en la vida comunitaria y por eso, más tarde, nos encontramos que la vida monástica se despliega en otros campos: de apostolado, de caridad y de cultura, como una emanación de la Llama interna de su íntima relación con Dios.

A partir del s. VI recibe un nuevo y original desarrollo en Occidente con el Monaquismo Benedictino, que pone el acento sobre la vida comunitaria con la finalidad de un desenvolvimiento harmonioso de la vida espiritual.
S. Benito, hombre austero, viril, pero paciente, discreto y prudente, supo dar a la comunidad monástica una personalidad harmoniosa, equilibrada, en un ambiente de paz, de alegría, de plegaria, y sobretodo de caridad fraterna.
Todo ello ayudará a dar una fisonomía propia a la cristiandad occidental, y los monasterios serán modelo y escuela de la sociedad de su tiempo.
El lema “Ora et Labora” es en verdad el resumen de la Regla de vida que S. Benito escribió para los monjes.
Esta Regla es la que a través de los tiempos ha guardado todo su vigor y valor, y muchas otras órdenes la han tomado como base, cambiando algunos de sus puntos, pero, no, sus elementos fundamentales: trabajo y oración, silencio y contemplación , austeridad y pobreza...

Pero, si bien es verdad, que la vida comunitaria monástica ha tenido sus épocas de mayor o menor apogeo, que ha sufrido persecuciones exteriores e interiormente una progresiva decadencia de los monjes, siempre ha renacido de las cenizas, y, aún hoy día, la vida monástica ocupa un lugar importante en la Iglesia. También es verdad, que muchas de las órdenes que aparecieron a la Edad Media han desaparecido, y que muchos monasterios y Abadías han cerrado por falta de vocaciones.
Después del Vaticano II, la vida monástica continua firme en sus principios fundamentales, y, aún más, hoy día, tiene la capacidad de atraer a quienes buscan paz, silencio, lugares donde puedan encontrarse ellos mismos y a Dios, y a aprender a orar.
Es así, como muchos jóvenes pasan unos días en algún Monasterio para descansar, “pensar”, como ellos dicen, encontrar silencio y paz, y REZAR con los monjes.

Para terminar, sólo añadiré algunos puntos que el monacato actual no puede dejar pasar por alto en relación con el mundo religioso.
En nuestro mundo, incluso entre los no cristianos , se vive una creciente búsqueda del Absoluto, inquietante, por la falta de criterios sólidos , pero esperanzada, por la gran generosidad y ausencia de prejuicios en la juventud.
Por otro lado, después del Vaticano II, se ha querido volver al espíritu de los fundadores, fundamentado principalmente en el seguimiento de Cristo, propuesto por el Evangelio. En muchos casos, dándoles una flexibilidad más humana y más adecuado a los tiempos en que vivimos, para llegar a una auténtica madurez cristiana y monástica a nivel comunitario y personal.
También el Ecumenismo es igualmente un interrogante que se presenta a nuestro monacato. Lo es, la atracción que ejerce el monaquismo oriental cristiano y su espiritualidad. Y del mismo modo, el impulso que recibe hoy en muchos lugares la vida eremítica.

Finalmente diremos que lo más importante es:
Vivir SIEMPRE la fidelidad auténtica y alegre
de la propia VOCACIÓN cristiana y monástica.

 

 


LA COMUNIDAD
 


La vida comunitaria es una realidad esencial. Tiene su raíz en la misma naturalza del hombre. El hombre no ha sido creado para permanecer solo. Su necesidad social ineludible, se expresa en las diferentes tendencias irreprimibles de darse y poseer al otro.
Por tanto, la vida comunitaria es la realización de la aspiración humana, que es consecuencia de las tendencias que todo ser humano lleva dentro, y que es necesaria para su plena realización como individuo.
En la realidad no puede existir una comunidad verdadera, si no surge i se fundamenta en el núcleo mismo que constituye la primera célula social: EL MATRIMONIO-LA FAMILIA
Se ha de fundamentar en unas relaciones personales de donación y de acogida mútua. Aceptación del otro en la realidad de su ser, acogiéndolo tal como es, y reconociendo su valor existencial.
En realidad una verdadera comunidad se presenta, apoyada en el fondo y mantenida en su ser, por la acogida mútua de sus miembros por AMOR.
Una comunidad no ha de quedar cerrada en ella misma. Ha de ser una comunidad VIVA, es decir, que no se acaba en las personas, sino que si existe un objetivo fuera de ella que sea útil a la unidad, debe ser integrado sin miedo.
EL EJE, PUES, QUE ATRAVIESA Y ALREDEDOR DEL CUAL SE MUEVE TODA VIDA COMUNITARIA, ES EL MISTERIO DEL AMOR
 

 


ORACIÓN CONTEMPLATIVA
 

 
En este tipo de oración el orante no razona, sino que trata de silenciar su cuerpo y su mente para estarse en silencio con Dios.
La oración de silencio o contemplativa ha sido descrita detalladamente en las obras de dos Doctores de la Iglesia: Santa Teresa de Jesús y San Juan de la Cruz.

La búsqueda en nuestro interior o interiorización se fundamenta en un dato de fe: Dios nos inhabita, somos "templos del Espíritu Santo" (cf. 1 Cor 3, 16).
“Entra", dice Santa Teresa, porque tienes "al Emperador del cielo y de la tierra en tu casa ... no ha menester alas para ir a buscarle, sino ponerse en soledad y mirarle dentro de sí ... Llámase recogimiento porque recoge el alma todas las potencias (voluntad, entendimiento, memoria) y se entra dentro de sí con su Dios".

La oración de silencio es un movimiento de interiorización, en la que el orante se entrega a Dios que habita en su interior. Ya no razona acerca de Dios, sino que se queda a solas con Dios en el silencio, y Dios va haciendo en el alma su trabajo de Alfarero para ir moldeándola de acuerdo a Su Voluntad.

La contemplación consiste en ser atraído por el Señor, quedarse con El y dejarle que El actúe en el alma. La contemplación, según Santo Tomás, es una anticipación de la Visión Beatífica. Es vivir de manera incompleta y sólo por un instante lo que Dios vive eternamente. Sea la contemplación o sean gracias místicas que pueden darse en este tipo de oración, son don de Dios. Por ello, no pueden lograrse a base de técnicas. Ni siquiera son fruto del esfuerzo que se ponga en la oración, sino que como don de Dios que son, El da a quién quiere, cómo quiere, cuándo quiere y dónde quiere.
A Santa Teresa se las daba por cantidad, a Santa Teresita por poquitos. Decía ella “por charquitos”.

Dios es libérrimo y se da a su gusto y decisión: un día puede darnos un regalo de contemplación y al día siguiente podemos sentir la oración totalmente insípida. Dios es el imprevisible por naturaleza: no podemos prever lo que nos va a dar. Casi siempre nos sorprende.

Buscar a Dios en la oración de silencio depende del orante. Recibir el don de la contemplación depende de Dios. Dice Sta. Teresa: "Es ya cosa sobrenatural ... que no la podemos procurar nosotros por diligencias que hagamos".
Pero cuando deseamos ahondar un poco más en la adoración, el Espíritu Santo puede darnos un poco de consuelo, haciéndonos sentir su Amor, su consentimiento, sus gracias.

Es muy importante tener en cuenta que las gracias místicas que puedan derivarse de este tipo de oración no son su verdadero fruto, ni siquiera son necesarias para obtener ese fruto.
En la contemplación somos instruidos por el Espíritu Santo de manera especial, en silencio, aún sin ver ni oír nada. Si es Voluntad Divina, el Espíritu Santo puede regalarnos gracias especiales de visión o de escucha, hasta de olfato. Pero las gracias verdaderamente importantes no están en esas experiencias sensoriales, que son consentimientos del Señor y que no son indispensables para avanzar en la oración.
El fruto verdadero de la oración (vocal, mental o contemplativa) es:
ir descubriendo la Voluntad de Dios para nuestra vida.
irnos haciendo dóciles a la Voluntad de Dios.
llegar a que sea la Voluntad de Dios y no la propia la que rija nuestra vida: nuestra voluntad unida a la de Dios, o sea, la “unión de voluntades” de que habla Santa Teresa.

Un error común es creer que ésta, que es la oración más elevada, está reservada sólo para unas poquísimas almas escogidas, generalmente monjas o monjes de claustros y comunidades contemplativas. Ese concepto le encanta al Enemigo, que no quiere que seamos verdaderos orantes.

La oración de silencio, de recogimiento, de contemplación es para todo aquél que desee buscarla. Santa Teresa de Jesús dice que la oración contemplativa es la "Fuente de Agua Viva" que Jesús promete a la samaritana y que la promete para "todo el que beba de esta agua no volverá a tener sed" (Jn 4, 13). No dice el Señor que la dará a unos y a otros, no.
 

 


COMO ES LA CONTEMPLACIÓN EN EL CLAUSTRO K.Kaufman
 

 
La contemplación en el Claustro, como en toda otra circunstancia vital, es una
manera de vivir la vida humana. Es vivirla como respuesta a un amor, desde el
deseo hacia la posesión, desde la fe hacia la visión. Dos acontecimientos
destacados en mi vida me iban a enseñar, mucho antes de consentir a la llamada de
Dios al Carmelo, que mi existencia sería una existencia predominantemente
contemplativa. El primer acontecimiento me abrió al AMOR, el segundo al
CONOCIMIENTO, aunque los dos se funden en el primero.
Tenía 12 años. La experiencia de la vida, hasta entonces, era la de una infancia corriente, con sus soledades y sus sufrimientos, con sus desconciertos y también con la seguridad de un ambiente normal, sin grandes dificultades. El encuentro con un maestro de entonces, el descubrimiento del corazón humano en su último misterio, en su añoranza de Dios, me lanzó al abismo de un deseo de amor total, absoluto. Abrió en Mi la herida esencial del amor y la conciencia, clara como un rayo repentino, no modificada, aunque sí esclarecida y ensanchada después, de que sólo Dios podía ser mi amor, que El es la única medida que corresponde al corazón que busca al amor, que lo desea. Desde aquella experiencia, puntual en su aparición, todo se me ha vuelto transparente, ya nada está fuera del amor, ya no hay nada profano, nada que no esté dentro del misterio de amor, nada que no deje traslucir la luz del amor divino.
El segundo "acontecimiento" interior: cuando tenía 16 años, recuerdo que un día, yendo
al colegio, en medio del bullicio de la calle de la gran ciudad, me sentí de repente iluminada o penetrada por una verdad, por un hecho, una certidumbre que ya jamás me ha dejado: "todos los pensamientos que yo pueda pensar en toda mi vida tienen y tendrán siempre por término a Dios". Me sorprendió entonces aquella constatación súbita, inesperada. La iba rumiando en lo sucesivo y me llevaba a otro convencimiento: que todo pensamiento empezaba también en Dios. Estas dos experiencias ilustran o explican para mí lo que es la contemplación en el Claustro. Es una vida en la que el amor y el conocimiento, el deseo y el pensar, todas las energías más profundas de la persona, convergen en la actitud del que mira y se deja mirar por Dios, del que sale de Dios sin salir para volver a El en todo momento, del que está en continuo movimiento de dar y recibir; en una palabra: del que participa con todo su ser, libre y conscientemente, en la comunicación del amor, en la danza de la Trinidad. Creo que para la contemplación en el Claustro se necesita "la vocación", es decir, la firme e inquebrantable convicción de que Dios llama concreta y explícitamente, con signos inconfundibles, a esta manera de vida cristiana y a este modo de contemplación cristiana.
Los signos varían en cada persona, pero deben existir para dar solidez a toda una vida en este marco concreto, que reduce al mínimo el espacio vital sin atentar contra la anchura y lo vasto del mundo interior. Esto sólo es posible vivirlo cuando realmente Dios ha ensanchado este mundo interior, dando una facultad peculiar, natural y sobrenaturalmente, para participar en esta propiedad divina de la que habla Holderlin en su frase arriba citada. Sin esta vocación concreta, lo "más pequeño" de la vida monástica ahoga, y "lo más grande" dispersa y diluye.
Recuerdo que un sacerdote nos dijo, hablando de Santa Teresa, que se necesitaba "un mundo interior rico de imágenes" para llenar la vida que la Santa de Ávila había inaugurado Esto como "equipaje" natural de esta vocación contemplativa.
No creo que se desconozca más la contemplación en el Claustro que la contemplación en sí, puesto que es la misma que en cualquier otra vida cristiana. Esencialmente, es la que todo cristiano debe vivir: la búsqueda de Dios, el estar con Jesús, el seguirle y anunciarle, el saberse enviado por su Espíritu, el permanecer en unión de amor con Jesús. Lo que se desconoce a menudo es la forma de vivir esta contemplación en una vida claustral. Muchas veces hemos sido las monjas mismas las que hemos dificultado el conocimiento de nuestra vida por mantener formas y apariencias ininteligibles para la mentalidad de hoy. Otras han sido y son la superficialidad y la indiferencia las que han puesto barreras que impiden conocer y comprender la vida contemplativa claustral.

2. ¿QUE TIPO DE VIDA ALIENTA?
La vida del Claustro, del Carmelo en concreto, es una vida en ORACIÓN, SOLEDAD y FRATERNIDAD, conjugadas en un sano equilibrio que ayuda a fomentar la contemplación, la "respiración" del alma en la presencia de Dios.

2. 1 La oración, en sus diversas formas, revela esta manera de
existir de la persona contemplativa.
La liturgia nos introduce en el misterio de Dios, en la Salvación; nos anticipa la alabanza perenne del cielo; nos hace tocar ya con el dedo la felicidad del cielo, la bienaventuranza definitiva. La liturgia alimenta la contemplación haciendo presente la persona de Cristo, el amor hacia el que tiende todo nuestro ser; nos introduce "sensiblemente", en fe, a través de los signos sacramentales, en la fiesta de la Trinidad, y da a pregustar la posesión de Dios, eminentemente la liturgia eucarística.
En la oración silenciosa, la actitud contemplativa se hace sentir o se hace consciente en
el silencio de la fe, en la escucha perseverante de este silencio de Dios, que es su Palabra y que es lo único que el alma desea, espera y escudriña. Lo que se sabe, las palabras humanas, de la teología o de otras fuentes de ciencia o sabiduría, son servidoras de esta única Palabra, y en la oración contemplativa suelen cesar, se quedan en el umbral, no entran en el santuario del alma, han hecho su función a su tiempo y dejan luego el espacio del corazón libre e iluminado, limpio y vacío, para recibir, acoger la Palabra. Jesús es la oración del contemplativo El es la única palabra que penetra los cielos, "la oración corta" de la que habla San Juan de la Cruz.
A menudo, la oración silenciosa y solitaria del contemplativo es lugar y espacio de
pasión, de muerte y resurrección. La perseverancia en el vacío experimentado, el silencio insistente de la Palabra, el deseo de oír su respuesta a nuestra angustia, soledad o miedo, es una pasión, es una muerte que puede durar años y años, es el ambiente corriente y prolongado de la contemplación en el Claustro. La resurrección vivida en una concreta "visita" del Señor que hace experimentar el gozo y el anticipo de la unión con Dios, a la vez acrecienta el deseo, aviva la fe y el amor, pero no hace desaparecer la oscuridad habitual. Hace vivir la oración como una añoranza que aumenta cada vez que se ha gustado algo de la Presencia, de la Palabra. La oración no se limita a los tiempos explícitos de la liturgia y la oración particular. Llena todo el tiempo. Día y noche está meditando la ley del Señor quien se sabe llamado a la contemplación en el Claustro. La oración es aire que se respira; es la actividad que lo llena todo, que da sentido a todo; es la manera de ser y estar del que vive en el Claustro. Todas las ocupaciones de la vida no pueden llegar a apagar o enterrar esta luz siempre ardiente en el interior y siempre despierta, porque es Dios mismo quien la tiene en vela, es su Espíritu el que ora dentro de nosotros e irrumpe en la conciencia cuando quiere y como quiere, aunque no se esté en explícita actitud orante.

2.2. Soledad.
La contemplación hace al hombre solitario. Ella llena el alma, llena todas las facultades de la persona, sobre todo el amor, el entendimiento y la memoria. Ser contemplativo es saberse siempre en compañía del Amado, del Señor; es a la vez experimentar el creciente deseo de esta compañía, disfrutarla, profundizarla, dejarse llenar por ella. Y esto lleva consigo el deseo de la soledad. Hay una zona de los deseos, de las aspiraciones, de las energías del corazón, que sólo se abre en la soledad, ante Dios mismo; en la que incluso somos extraños a nosotros mismos, pero presentimos que en él somos totalmente conocidos y transparentes y, por tanto, amados en su misma luz y su misma verdad. Desde esta soledad, a la que nos conduce la contemplación del Único, escuchamos de lejos, pero con inmediatez, la soledad y el silencio de la creación; nos damos cuenta de su existir en el mismo misterio que nos envuelve y nos anima a nosotros. El marco pequeñísimo de la vida del claustro afina la sensibilidad por la presencia silenciosa y solitaria de todas las cosas. El
cielo, los pájaros, las plantas, las piedras, la tierra, las flores, el mar, las nubes, la lluvia y el sol, los animales, el día y la noche, el frío y el calor, el viento y la tormenta, son presencias que simbolizan nuestra soledad, nuestro propio silencio, y a la vez les damos sentido en solidaridad con ellos ante el Creador. La contemplación debería
despertar en nosotros un respeto grande ante la creación, una veneración que no es
ecologismo de moda, sino que tiene que ver con aquella transparencia que tienen todas las cosas para quien ha sido mirado por Dios y mira con los ojos de Dios.

2.3. Fraternidad.
La contemplación en el Claustro alienta en grado eminente la fraternidad, sin la cual la contemplación no seria una actividad cristiana. Fraternidad en Jesucristo, que es el contenido de la contemplación. Desde ella miramos el mundo y la historia Desde ella nos acercamos a ellos. Cristo, Dios, es el camino más corto entre los seres humanos. Esto se vive, se realiza, en la contemplación cristiana. El marco del Claustro no puede ser jamás un impedimento a esta fraternidad. No podemos estar en la presencia de Dios como cristianos si no estamos en ella con todos los hermanos y hermanas de todos los tiempos, sobre todo del nuestro No puede haber nada que interese o angustie o esperance a los hombres (en el terreno de la ciencia, de la cultura, del arte, de la convivencia) que nos sea indiferente.
La contemplación es, en cierto sentido, ignorancia, porque sólo quiere saber una cosa: "Cristo, y éste Crucificado". Pero esto entendido como último contenido de todo otro saber, penetrando todo saber hasta llegar a ese núcleo que es Cristo Crucificado y Resucitado. Nada sirve como fin, pero todo puede ser camino, todo puede ser penetrado por la luz de la actitud contemplativa, luego amorosa, y respetuosa para encontrar en todo el misterio de Cristo presente y operante. Nuestra participación en la ciencia, en la cultura, en el arte, es nula si se la valora con criterios de eficacia y utilidad inmediata y materialista. La historia del Carmelo tiene sus páginas oscuras en las que se ha entendido al revés la postura de Santa Teresa frente a la cultura. Hoy creo que estamos en un momento decisivo para vivir, revivir desde la contemplación y redescubrir desde ella, la profunda fraternidad con todos los hombres y su destino y nuestra inserción en la cultura a nuestro modo modesto.
Nos pueden ser ejemplo los monjes de la Edad Media, que sabían conjugar "el amor a las letras y el deseo de Dios" de una manera admirable. Se trataría de una cultura que se podría definir como la sabiduría de la persona humana de existir en el mundo en armonía con toda la creación, volviéndola transparente por una relación desapegada e informada por el constante diálogo con el Creador, el Dios y Padre de Nuestro Señor Jesucristo. Así lo vivieron San Juan de la Cruz y Santa Teresa y así lo testifican sus vidas y sus obras.Si afinamos la inteligencia y la cultivamos; si nos hacemos sensibles a las expresiones artísticas de los hombres, a la búsqueda de lo trascendente de tantos hermanos nuestros, esto no nos apartará de lo único necesario, sino, bien al contrario, nos avivará el deseo de Dios.
La cultura no sacia, sino que estimula este deseo. Está orientada al amor de Dios, surge del desprendimiento total que purifica el corazón y le hace capaz de ver a Dios en la belleza, en la verdad escondida en la Creación. Cada pensamiento, cada estudio o.actividad artística, estará así al servicio de Dios para comunicar la Verdad y el Amor, pertenecerá al Espíritu, que es Comunicación. En esta cultura, lo que no se puede decir o expresar está siempre presente como trasfondo de lo que se expresa y se comunica.

Queda por decir lo más importante tal vez en este momento: la fraternidad con los pobres de este mundo. La contemplación en el Claustro debe tener una relación estrecha con los pobres. No basta la vida sencilla y austera en la que se desarrolla la vida contemplativa. No es suficiente el voto de pobreza, el compartir en casos concretos, la ausencia de lujo material, de comodidad y consumismo. Es una pregunta, la de la solidaridad nuestra con los pobres de la tierra, que no tiene respuesta para mí y que me deja siempre con una dolor y con un remordimiento en el alma. Lo primero que me urge es vivir mi pobreza radical ante Dios, conocida a través de la contemplación cada vez más profundamente, dejarme poseer por El y que El disponga de mí; y segundo, hacer efectivamente, materialmente, todo lo que esté en mi mano para vivir compartiendo todo con las hermanas en la comunidad y con todos a los que llega nuestro contacto. Vivir el desprendimiento radical de todo (que no es nada fácil, sobre todo en nuestro estilo de vida, en contra de lo que a veces precipitadamente se afirma) sólo es posible en la viva relación amorosa con Dios y en el seguimiento y comunión con Jesús pobre y crucificado.
La solidaridad con los pobres de este mundo tiene que pasar por Cristo. Dejarnos identificar con El; por E1 nos acercaremos verdaderamente a los pobres y percibiremos la revelación que nos hacen de Dios. La contemplación en el Claustro es una escuela en la que se aprende a ser sin tener y a vivir sin aparentar, con la firme esperanza, que da luz y consuelo, de que Dios puede disponer de nosotros y lo hará por amor y en beneficio de todos de la mejor manera, inimaginable por nosotros.
La fraternidad universal se concreta en la convivencia de la comunidad, vida de trabajo y de gratuidad. También aquí la contemplación es el poso desde donde nace y se nutre toda relación fraterna. La cuotidianidad de la vida monástica, su simplicidad, su irrelevancia, es el ambiente necesario para verificar la autenticidad de la vocación contemplativa, de la vida de oración. El vivir y convivir se realiza desde la experiencia esencial de convivir con Dios.
De ahí un respeto, una veneración, una gratitud peculiar al tratar con los hermanos, una capacidad de silencio reverente ante el misterio del otro, una generosidad ante la libertad del otro y admiración por la forma de estar presente Dios en el otro.
Al mismo tiempo, es una ocasión de absoluta verdad en la propia vida. El estar con las hermanas en comunidad pone al descubierto la verdad propia, la que en la contemplación vamos conociendo poco a poco, pero que necesita que nos la encontremos como llegada desde fuera, desde el contacto con el hermano, la hermana. Santa Teresa nos lo dice con toda sencillez y claridad: "...porque poco me aprovecha estarme muy recogida a solas, haciendo actos con nuestro Señor, proponiendo y prometiendo de hacer maravillas por su servicio, si en saliendo de allí, que se ofrece la ocasión, lo hago todo al revés". (Moradas 7, cap. 4,7) y en otro sitio: "Cuanto más santas, más conversables". (Camino, cap. 41,7). Y se podría añadir: cuanto más contemplativas, más trabajadoras.

El trabajo en la vida del Claustro es el lugar donde la monja conjuga el "ya y todavía no", el"ya" de la contemplación en la que anticipa la actividad de la vida bienaventurada, la visión en la posesión del amor total, y el "todavía no" de la condición terrena que necesita del sustento del cuerpo, de la edificación de la ciudad terrena, la participación en la creación por el trabajo.
Santa Teresa quería que el trabajo no absorbiera toda la atención de la monja, sino que fuera de tal naturaleza que dejara el espíritu libre para tenerlo atento a Dios.
Hoy tal vez hay que añadir que no sea excesivo; es decir, que también en el Claustro hay que estar alerta ante el peligro de convertir el trabajo en algo agobiante, forzadas por la necesidad o bien por dejarnos apresar por el imperativo de la "productividad" que engendra y al mismo tiempo es hija del consumismo.
Todo esto son aspectos del amor fraterno en la comunidad, frutos de la contemplación. La fiesta lo es de un modo eminente, porque en ella contemplación y el amor fraterno se funden en el esplendor -por sencillo que fuese- del gozo de tocar en cierta manera, ya desde ahora, la armonía del amor indisoluble, divino-humano.
Es donde los sentidos participan de la contemplación, donde los sentidos expresan lo inexpresable, lo inefable en pequeñas, modestas, pero auténticas creaciones artísticas, literarias, musicales, etc. No sé decir bien lo que es; es algo que sólo viviéndolo se entiende, que es un don que se recibe de Dios y que, al igual que la contemplación, nos pone directamente, dentro del clima de fraternidad, en contacto con El.
Las pequeñas fiestas caseras del Carmelo son manifestaciones de la contemplación vivida en la oscuridad de la fe y del amor fraterno, vivida en la fidelidad de cada día, revestidos por momentos del esplendor de la gloria definitiva del Amor. Esto suena tal vez muy idealista y poco real. Creo que es real en la medida que lo vivamos no como adquisición de nuestro esfuerzo e "industria", sino como don gratuito del Señor Jesús, que está en medio de nosotros, glorioso como Resucitado, y que nos hace participar, ya desde ahora, de esta gloria en fe y esperanza amorosa.

AMISTAD COMUNITARIA:
Dentro de la vida comunitaria, Dios nos puede hacer el regalo de la amistad. La contemplación y la amistad son dos dones divinos que tocan lo más profundo del ser humano, que convergen en lo más hondo, allí donde todo está abierto hacia el otro, donde nace la esperanza y el anhelo del Tú para poder ser plenamente yo. La contemplación es la amistad con Dios; la amistad entre los hombres, si es auténtica, es participación de la contemplación divina. Santa Teresa dice que en sus comunidades todas han de ser amigas, todas se han de amar (cf. Camino, 4,7).
Desde la contemplación, desde la común mirada hacia el mismo Señor, desde la experiencia del Tú divino que nos ha llamado, nos acercamos a las hermanas, a su propio, único e irrepetible modo de ser amiga de Dios, y en El nos sentimos amigas. Pero, junto con esto, que debe ser entre todas las hermanas y a lo que nos podemos dirigir con nuestro esfuerzo y con el deseo, está este don inefable de encontrar, o de re-encontrar, al amigo justamente en lo más profundo de la propia experiencia de Dios, allí donde nadie puede poner la mano en nuestra alma y donde, sin embargo, reconocemos la presencia del hermano, de la hermana.
La experiencia de una amistad que revela a la vez que nace de la absoluta proximidad de Dios en el alma, donde el AMOR absoluto invade todo nuestro ser en presencia y al unísono del ser del otro, igualmente invadido por este AMOR. Creo que la contemplación es el suelo privilegiado de estas amistades, porque es el suelo del único e indivisible amor. Dios es amistad.

3. ¿Qué servicio supone para la Iglesia y para el mundo hoy?
La vida contemplativa recuerda constantemente a la Iglesia lo único necesario hoy y siempre. Puede ser un lenguaje inteligible, inmediato, que hable de Dios cuando la palabra "Dios" parece que en algunos despierta desconcierto o malestar.
Recuerda simplemente la vida de fe, esperanza y amor; la radical orientación del hombre hacia Dios siguiendo a Jesús, que vivía en ininterrumpido diálogo con el Padre, cuyo alimento era la voluntad del Padre, cuya soledad era solidaridad con el Padre y con los hermanos. La comunidad monástica presenta a la Iglesia su propia sangre, reunida en nombre del Señor Jesús, para anunciar la Buena Nueva a todos los hombres. Este anuncio se hace de un modo peculiar desde la oración, el silencio y la soledad, y por el anticipo, en el estilo de vida, de la realización de la salvación, la forma de vida escatológica ya desde ahora, aunque veladamente, pero visible para quien quiera ver. Recuerda a la Iglesia que toda tarea pastoral debe tener por meta la unión de las personas con Dios, la vida en El, la felicidad en El, la alabanza y la acción de gracias, la plenitud de todas las aspiraciones del alma humana
El servicio que la vida contemplativa puede prestar hoy al mundo nuestro occidental es el de presentar una alternativa a la locura en la que vive y se desvive nuestra sociedad.

Decir a los hermanos que es posible una vida humana plenamente lograda en un marco sencillo, austero, pero que responde a los deseos y anhelos más profundos del hombre; en definitiva, a la trascendencia que todos tenemos como último fondo dentro de nosotros. Ser comunidades que acojan a todo el que se acerca al monasterio, donde todos encuentren quien los escuche con amor, con atención, con cercanía respetuosa, y les haga presentir la ternura de Dios, el calor del fuego del amor divino y el refrigerio del divino consuelo, traducidos en una verdadera solidaridad que es posible en Cristo,que es creativa en los medios y las formas de expresarse y realizarse. Aquí queda todo un campo de acción por explorar, sobre todo para nosotras, las carmelitas. Con fidelidad al carisma de Santa Teresa, con obediencia al magisterio de la Iglesia y con la libertad que da el Espíritu de Jesús, debemos ser valientes en buscar formas nuevas y dejar las caducadas. Seguras ya desde ahora de que la meta es Cristo, su Reino, no puede haber error, aunque se asuma el riesgo que supone todo camino.

4. ¿Qué servicio supone para la causa del Señor?
La contemplación en el Claustro subraya la actividad de Jesús orando solo al Padre, durante la noche. Es la actividad que precede y acompaña a toda otra actividad de Jesús: el envío de los discípulos, la acogida de las multitudes, los signos y prodigios que obraba y, finalmente, la suprema actividad de su Pasión y muerte. Si Jesús culminó toda su acción en la Pasión; si en la total inactividad de la cruz redimió a los hombres y los reconcilió con el Padre; si obró entonces el prodigio máximo de toda su existencia, entonces la forma de vida claustral, pobre, obediente y casta, recibe de ahí su sentido, comparte con Jesús la Pasión, el ocultamiento en la cruz, su aparente fracaso e ineficacia, y participa en la victoria sobre la muerte en la resurrección. Desde ahí colabora en la causa del Señor, desde su simple existencia. Desde ahí también puede ser llamada por el Señor y debe estar atenta a esta llamada, para hacerse presente en las jóvenes iglesias, donde la vida contemplativa todavía no ha encontrado su expresión visible comunitaria, sacramento de la actitud contemplativa de toda la iglesia local (cf. Concilio Vaticano II, Ad Gentes, n. 18). El hecho de que Santa Teresa del Niño Jesús haya sido declarada patrona de las misiones subraya esta faceta misionera de la vida contemplativa, ya sea vivida en los sitios de vieja cristiandad, ya sea en el Tercer Mundo, y también (de modo peculiar hoy) en las sociedades descristianizadas del primer mundo

Conclusión.
Todo lo escrito no es más que un pobre intento de transmitir algo de lo vivido y algo de lo deseado; la vida siempre queda detrás del deseo, y lo que dicen las palabras queda detrás de la vida. El deseo es toda la riqueza de la vida contemplativa; en él nos acercamos a Dios, preguntamos su posesión y dejamos atrás todo lo que no es El.
El deseo es más que las realizaciones pequeñas y mezquinas muchas voces, es la luz que ilumina lo gris y lo oscuro de la cotidianeidad e incluso del pecado. Y este deseo se traduce en todas las actividades de la vida contemplativa, está presente en todo y le confiere un secreto y misterioso resplandor que hace de ella una aventura apasionante y una luz que brilla en la noche del exilio.
 

 


CÓMO HABLAR CON DIOS EN SILENCIO
 

 
El silencio no es huída, evasión, escapada del tiempo, de la historia. Mas bien es vocación. Sólo el silencio es eternidad. El silencio es el más auténtico camino de maduración, el que más humaniza. Sin amor, sin silencio no hay hombre.
El hombre acostumbra a buscar Dios fuera, en la exterioridad, en los objetivos. Se fatiga, se agota, …y entonces regresa a su corazón, Ahí, en el puro silencio, se celebra el encuentro, sin mediaciones. En un cara a cara.
En el silencio se van derrumbando los “muros de separación”, que nos aíslan de lo profundo y estorban el paso al interior. El silencio te despierta a Dios, siempre presente en ti mismo. De la Sagrada Escritura se desprende que el silencio es una reacción a una profunda experiencia de Dios.
El silencio es una tarea espiritual que requiere la implicación de todo el ser humano, busca el ejercicio de actitudes esenciales: combatir nuestro egoísmo y abrirnos a Dios. Siempre el silencio precede a la palabra. Y ésta llega a ser innecesaria si uno mismo se hace presente a quien le escucha.
Por lo tanto, el silencio es necesario para aumentar la escucha, y sentir la presencia. Luego, para entrar en diálogo con Dios en el silencio, debemos ponernos delante de Él : DESNUDOS, TAL COMO SOMOS, con los brazos abiertos, con el corazón henchido de amor y… ESPERAR, y ESCUCHAR
Y, sin saber como, la paz irá penetrando en tu interior, y un gozo interno quemará tu corazón. DIOS ESTÁ AHÍ, es Él, quien está hablando
Porque hacer oración no es hablar a Dios, sino encontrarte con Dios. Mejor dicho, dejarte encontrar por Él. Dios habla en el SILENCIO

Recuerda el salmo 18, que parafraseándolo nos dice:
MIENTRAS UN SILENCIO TRANQUILO
ENVOLVÍA EL UNIVERSO,
VUESTRA PALABRA PODEROSA
VINO DEL CIELO
DEJANDO SU TRONO REAL
 

 


 ESPIRITUALIDAD CRISTIANA Y MONÁSTICA
 


La palabra espiritualidad, actualmente, tiene un uso muy frecuente. Esto hace que su significación resulte ambigua Para unos equivale a una vida de perfección cristiana, para otros, esta palabra designa el conjunto de actividades del espíritu humano. Para nosotros ESPIRITUALIDAD es un modo peculiar de concebir y realizar el ideal de la vida cristiana.
Cualquier realización de la vida, para que pueda decirse cristiana, ha de tender a un mismo y único ideal: “La unión con Dios, por Jesucristo, Señor nuestro”, porque el término de perfección de toda actividad vital del cristiano es siempre Dios, y el único camino: la incorporación a Cristo, y participación de su Misterio Pascual.
Ahora bien, el grado de cultura influye en la determinación de los medios de vida cristiana, también el género de vida, las experiencias personales, la preferencia por un medio concreto de santificación, el propio estado y condición, la propia vocación,….
Todos estos elementos contribuyen a la gran diversidad de estilos de santidad que resplandecen en la Iglesia y constituyen otras tantas espiritualidades.

Se han dado en la Iglesia determinadas formas de orientar y resolver la vida religiosa y a estructurarse orgánicamente. Eso ha creado escuelas de espiritualidad que al mismo tiempo se han expandido y han tenido continuidad. Estas espiritualidades orgánicas y organizadas, se han difundido y perpetuado mediante las Ordenes Religiosas.
Los sistemas de espiritualidad que han gozado de gran éxito y larga vida en la Iglesia han sido precisamente de una inspiración tan amplia y profunda, que siguen atrayendo a los hombres de todos los tiempos y lugares. “La apertura de espíritu y el soplo vital” son esenciales para preservar la libertad del individuo.

El monacato, es sin duda, una forma de vida religiosa. Históricamente, fue la primera en aparecer y durante muchos siglos la única forma de vida religiosa en la Iglesia. En Oriente sigue siendo la única, en Occidente han aparecido otros muchos institutos religiosos, desde la Edad Media.
Los orígenes del monacato están envueltos en la oscuridad. Sabemos que la Iglesia primitiva contaba ya con ASCETAS, que adoptaban una forma de vida más austera y rigurosa que los demás cristianos, siguiendo la invitación del Evangelio..
Los monjes han visto siempre en la primitiva Iglesia de Jerusalén, la primera comunidad monástica.
En el s. VI se escribieron muchas Reglas, normas de vida, monásticas para poner orden en el caos del monacato occidental. Estas Reglas deseaban establecer un sólido fundamento de vida común para sostener el combate espiritual y llevar al monje a la meta de la contemplación. Hay diversidad de enseñanzas, pero hay también una gran uniformidad sobre la vida monástica. Cuando aparece San Benito existía una auténtica Tradición Monástica.
Para tener una visión total de la espiritualidad monástica, diremos en primer lugar que, abrazar la vida monástica reclama un cambio de valores y de dirección en la vida de un hombre o de una mujer.
La Iglesia se encuentra en un período de renovación y ha renovado el mundo cristiano en un grado desconocido desde hace muchos siglos.
La renovación se apoya en un retorno a las fuentes, y en este sentido va de acuerdo con la espiritualidad monástica, que se ha alimentado siempre de estas fuentes, en el hecho específico de la LECTIO DIVINA.
La función eclesial del monje es dar testimonio, demostrar con su propia vida, lo que es la Iglesia en el misterio de su propia vida interior.
Los Padres del Concilio Vaticano II han manifestado la estima de la Iglesia hacia la Vida Monástica y la esperanza de que una vida monástica renovada, pueda contribuir poderosamente en el futuro a la misión de la Iglesia.
La espiritualidad monástica continua siendo importante en la Iglesia, y en el mundo en nuestros días, lo mismo que en el pasado, porque refleja algo esencial del cristianismo.
 

 


 LITURGIA y VIDA MONÁSTICA
 


Toda comunidad monástica en determinados momentos se reúne en ASAMBLEA LITÚRGICA para celebrar la Eucaristía o bien para el Oficio Divino, santificando así el tiempo.

Hay que remarcar:
* La vivencia de la Liturgia tiene que ser una parte esencial de la vida del monje.
* La celebración litúrgica, especialmente la celebración del O. D. es "fuente genuina de espiritualidad "y "medio de organizar la vida".
* Captar lo que caracteriza la espiritualidad monástica viene determinado por el ritmo con qué la Liturgia celebra el Misterio de Cristo, es penetrar en lo que tiene de más característico la espiritualidad monástica.
* Es interesante una cierta "ascesis" litúrgica para poder integrarse en una
comunidad orando, que tiende a profundizar cada día más en el Misterio total de Cristo
* Cristo, en su realidad objetiva, tal como se va desarrollando en la celebración
de los tiempos y de los días litúrgicos.
* Adentrarse en la práctica de la Liturgia será expresión tanto de una auténtica
vocación monástica como de una auténtica donación del monje a dicha vocación (RB). La participación en la celebración litúrgica es un medio privilegiado de adentrarse en la comunión monástica, es decir, a la vida comunitaria.
La Eucaristía y el O. D. son signo de comunión monástica, por lo tanto, hay que entender la Liturgia como forjadora de la comunidad, y, al mismo tiempo, como su acción más importante.

EN LA REGLA DE S.B.

La importancia que S. Benito da a la Liturgia lo prueban los muchos capítulos que dedica a la reglamentación de las horas y sobre la práctica de la Liturgia en especial. (cc.8-20)
Si recorremos la Regla encontraremos seis frases-clave que nos podemos llamar algo de cómo se puede vivir la Liturgia:
... como la Iglesia de Roma ... (R.B. 13,10; 53,16).
... la medida (del oficio) es madre de las virtudes ... (64,12.19; 18,22-25; 20,5)
... que no se anteponga nada al O.D. ... (43,3; 50,3-4)
... la presencia de Dios y la oración ... (19,1-2; 7,10-18; 7,62-66)
... con reverencia y temor ... (19,3; 7,29-34; 72,9; 53,4.6.9; 66,3.4)
... precisa la atención del corazón ... (19,7; 19,4; 48,1-13)

Esta armonía entre oración y trabajo pasó por momentos críticos, cuando Cluny fue poderoso (ss. X y XI)

S. Benito no hace referencia a la Eucaristía, pero menciona la "sagrada comunión" (38,10)
 

 


OBEDIENCIA RELIGIOSA
 

 
Obedecer es paralelo de creer. Supone un seguimiento, una llamada.
La obediencia es una disposición activa de la voluntad para cumplir un precepto. Desde la segunda guerra mundial hasta el Vaticano II, el problema autoridad-obediencia crece, se agudiza y cada vez se habla y se escribe más sobre él. Las causas son muchas:
El nacimiento de una conciencia responsable.
La existencia de unos planteamientos institucionales demasiado absolutistas y de una legislación a veces abusiva.
La autoridad tendía a situar los problemas en la obediencia, pero los miembros querían responsabilidad y colaboración, ya que la colaboración no es solo obedecer, ni la obediencia es fenómeno único ni principal de la vida de la Iglesia.
El absolutismo como forma de gobierno es una situación que contradice la esencia de la Iglesia, porque no admite una distinción entre gobierno y súbditos. Todo miembro de la Iglesia participa de Cristo, de su ministerio sacerdotal y profético y de su realeza.
La autoridad de la Iglesia es siempre vicaria. Cristo está presente en ella, sigue dirigiéndola y su palabra es obligatoria para todos: los de arriba y los de abajo, y la impulsa donde quiere.
La autoridad eclesiástica es autoridad fraterna. En su esencia no establece superioridad ni subordinación, es una referencia entre hermanos que tienen esencialmente un mismo Padre, un mismo Maestro, un mismo Guía.
Mandar en la Iglesia equivale a cargar con la responsabilidad de ordenarlo todo de manera que redunde en bien de todos.
Lo que corresponde a os súbditos es un esfuerzo para dar un juicio, elaborado conjuntamente, y la disposición para colaborar y reconocer el lugar que corresponde al que dirige.
En la Iglesia hay una doble autoridad: la doctrinal y la preceptiva. Delante de ellas caben dos actitudes: adhesión y obediencia.
Será adhesión, la actividad receptiva del entendimiento, cuando el conocimiento de la verdad corresponde a la realidad.
Será obediencia, la disposición activa de la voluntad para cumplir el precepto.
Las relaciones precepto-obediencia se establecen entre dos personas, la que manda y la que obedece. Las dos tienen un principio obligatorio: la búsqueda del bien común, el bien objetivo. Cada uno en su modalidad.
Por tanto, el que manda tiene la obligación de que su acción concuerde con la LEY ETERNA, que es la que pone al hombre delante de Dios, y que su intención sea el bien objetivo.
El que obedece, también está obligado a la LEY ETERNA. El obedecer no le exime de la responsabilidad de su actuación. La persona responsable ha de ser conciente de su obediencia y proceder de acuerdo con su conciencia. Su responsabilidad hará que entienda si colabora al bien objetivo, y si facilita las mutuas relaciones.
La obediencia no hace renunciar a la manera de obrar personal, ya que la obediencia y la actuación personal y responsable no son incompatibles. La verdadera obediencia deja al hombre libre y responsable de sus opciones profundas.
Resumiendo podemos decir:
La obediencia cumplida como DEBER es JUSTICIA
La obediencia cumplida por AMOR es CARIDAD (Ágape
 

 


OBLATOS BENEDICTINOS
 

 
Los Oblatos Benedictinos son seglares, hombres y mujeres, clérigos y laicos, que deseosos de mayor perfección y queriendo vivir, dentro de su propio estado, un proyecto de vida según el carisma de S. Benito, plasmado en su Regla, se afilian a un Monasterio Benedictino determinado, para participar de los bienes espirituales de este carisma.
La Oblación o Donación es el lazo que ayuda al Oblato a continuar su compromiso bautismal con Dios, nuestro Padre, mediante el carisma que S. Benito plasmó en su Regla.
La Oblación es el acto formal y público con el cual se obtiene el derecho y e contrae el deber de rezar con la Oración Oficial de la Iglesia, es decir, la ORACION DE LAS HORAS o ORACION LITURGICA, que se desenvuelve siguiendo este carisma. La Oblación es también la manifestación pública de aquello que intentamos y deseamos vivir interiormente.
El Oblato encuentra los valores del Evangelio en la DIMENSIÓN CONTEMPLATIVA de la vida monacal, y en la plegaria comunitaria y personal, para poder vivir en comunión con la Iglesia el Misterio de la Encarnación de Cristo, como expresión de fe y de alabanza a Dios en medio del mundo.
También en la DIMENSIÓN FRATERNA que encuentra en el trabajo y en el combate de la vida. Allí ha de encontrar el sentido de vivir su fe y manifestar su identidad de cristiano, siguiendo el carisma de S. Benito, que ha aceptado como vocación y que lo vive en la fe, lo expresa en el amor y lo manifiesta en su configuración con Cristo.
El proyecto de vida del Oblato se apoya sobre dos columnas: la primera es la PLEGARIA, o sea el diálogo filial con el Padre, hecho en nombre de Jesús bajo el influjo del Espíritu Santo. Esta plegaria movida por el Espíritu nos ayuda a adherirnos a la voluntad de Dios. Cuando sintonizamos la alabanza con nuestro obrar podemos decir que el mundo de las Bienaventuranzas se abre camino en nosotros. Entonces con María y como María proclamamos las maravillas de Aquel que llena de bienes a los pobres.
La segunda columna es la que la Tradición monástica llama la LECTIO DIVINA, es decir, la lectura meditada, reflexionada y rogada de la Palabra de Dios, mediante la cual, vamos conociendo la misma persona de Cristo y al mismo tiempo nos vamos conociendo a nosotros mismos. Es evidente que, cuando más Dios se introduce en nuestras vidas, nosotros nos situamos en nuestro propio lugar.
Sobre estas dos columnas descansa el proyecto de vida propuesto para el Oblato. Este proyecto de vida no es otro que pasar por el mundo como pasó Cristo.
El Oblato vive su vocación en la propia familia, en la comunidad de Oblatos, dentro de la cual ha hecho su Oblación, y en el lugar donde desempeña su trabajo.
Es necesario que el Oblato tenga una buena formación litúrgica para llevar a cabo con mayor comprensión la alabanza y la contemplación de la Obra de Dios. Pero sobre todo, ha de profundizar el estudio de la Biblia, que es la Regla de Oro de su vivir.