Teresa Forcades es monja benedictina, médica y
teóloga. Tiene un doctorado en salud pública y otro en teología
fundamental sobre la trinidad y el concepto de persona. Se hizo muy
conocida hace un par de años por sus opiniones críticas sobre la
gripe A, pero ése es sólo uno de los temas sobre los que resulta
fascinante hablar con ella. Entre sus publicaciones recientes,
Los crímenes de las grandes compañías farmacéuticas (Cuadernos
CiJ 141), La Trinitat, avui (Abadía de Montserrat, 2005) y
La teología feminista en la historia (Fragmenta, 2007).
Vicepresidenta de la Asociación Europea de Mujeres en
la Investigación Teológica (ESWTR) (www.eswtr.org/es),
es un referente en teología feminista, que “no es un subapartado: o
toda la teología es liberación, o no es teología. O es feminista
-entendiendo feminista como una identidad, para hombres y mujeres, a
imagen de Dios, sin quedar coartada por ningún estereotipo-, o no es
teología”. Cuando tenemos esta conversación, se prepara la
conferencia bianual de la ESWTR, celebrada en Salamanca a finales de
agosto sobre La teología feminista: escuchar, comprender y
responder en un mundo secular y plural.
Las aportaciones de Teresa son conocidas en sus
escritos y en su accesible –y muy recomendable- web (http://www.benedictinescat.com/montserrat).
Esta tranquila conversación en su monasterio de Montserrat trata de
algunas de ellas.
Me resulta especialmente interesante que comience el
libro señalando que la teología feminista nace de una experiencia de
contradicción. Es decir, algo que no queda fuera de la persona, lo
que viene a significar que esta teología cuestiona tanto el objeto
de estudio como quien estudia.
Me gusta que lo plantees así, porque lo que menos me
gusta es lo políticamente correcto, que significa “esto ya me lo sé,
ya sé lo que tengo que decir y lo que tengo que hacer”. Creo que
esto, en cualquier ámbito, es lo contrario de lo que tenemos que
hacer. Lo que yo aprendo en la experiencia monástica es a vivir de
este inédito de Dios. En palabras de Santa Teresa, son esas moradas,
en cuyo centro está la cámara nupcial, imagínate, ¿qué es eso? Es el
encuentro interpersonal, el encuentro amoroso; sólo puedes entrar
allí si das el todo. Y si haces eso, las cosas cambian. Precisamente
hoy nos dice el Evangelio que los zorros tienen madriguera, los
pájaros tienen nidos, el hijo del hombre no tiene donde reposar la
cabeza. Siguiendo esto, que cuando hagamos teología no sea desde
ningún tipo de dogmatismo, sino desde la autenticidad de la
experiencia. Creo que la teología feminista –y toda la teología de
la liberación- es exactamente eso: poner en el centro la persona con
su experiencia única.
Quiero decir que, en tanto que experiencia, es algo
que le afecta personalmente.
Claro. Escribir este libro me costó lágrimas. Por
ejemplo, cuando ves que Gregorio de Nacianzo denunciaba con enorme
clarividencia algunos aspectos de la situación de las mujeres en el
siglo IV que siguen igual en el XXI, como si Dios hubiera asignado a
las mujeres unos roles que en realidad les ha adjudicado una
evolución social de un determinado tipo. Esa percepción de que ha
habido en la historia, generación tras generación, mujeres que se
han sentido limitadas en su desarrollo personal a causa de estos
estereotipos causa pena y congoja.
Junto a esto, causa gozo ver que, también generación
tras generación, a lo largo de la historia también ha habido
personas que no se conforman ante esta situación. Aunque hay una
reacción constante contra este anhelo, aunque muchas de estas
experiencias acaban mal, el anhelo surge y tampoco cesa, porque
mientras haya mujeres existirá este anhelo de ser lo que te parezca
que tienes que ser, lo que Dios te dé a entender que tienes que ser.
En más de una ocasión dice y escribe–la traducción en
términos simples es mía- que la sociedad patriarcal no es cosa sólo
de hombres. Entiendo que esto significa que usted no asigna a las
mujeres un papel de víctimas, sino de sujetos. ¿Es esto lo que
distingue la teología femenina –hecha por mujeres- de la feminista?
Yo suelo explicar esto diciendo que para mí el
patriarcado no es la sociedad que han hecho los varones en contra de
las mujeres, sino la sociedad que hemos construido y mantenemos aún
hoy, mujeres y varones, en tanto que vivimos nuestra vida adulta en
continuidad con el patrón de subjetivación infantil, que tiene como
referente la figura materna. A mí me convencen las teorías que
sostienen que los niños y las niñas tienen género; y eso no se debe
sólo a la cultura, es que lo tienen, porque tienen en su punto de
mira de referente subjetivo a una figura que es la madre. Si soy
niño, me percibo como distinto; si soy niña, soy como ella. Creo que
esto es la base de la subjetivación infantil. La subjetivación
plena, que es la adulta, no te viene dada desde fuera, sino que
tienes que adquirirla desde la libertad. Da igual cómo empieces,
pero si en la edad adulta vives aún con el referente materno, tienes
mujeres que hacen de mamá a los hombres –en el trabajo, a su marido,
al jefe, a quien sea, a todo el mundo- y hombres que “se dejan
querer” y se aprovechan de esta situación en la que se sitúa la
mujer, no sólo por presión social, aunque está claro que la sociedad
puede ayudar –a hombres y mujeres- a superar el patrón infantil, o
puede dificultarte muchísimo esta liberación. Esta perspectiva saca
a las mujeres del rol de víctimas, en cuanto rol. Esto no significa
que no haya mujeres víctimas de abusos que hay que denunciar. Eso es
distinto que colocar a las mujeres en la sociedad patriarcal en un
rol que no tiene en cuenta su papel activo. Es bastante común entre
las mujeres preferir varones en los roles de autoridad, lo que
debería hacernos reflexionar a las que queremos pensar desde
categorías feministas. No para frustrarnos, sino para ser
conscientes de que la fuerza que crea y sostiene la sociedad
patriarcal no es coyuntural, sino que está enraizada en la propuesta
de crecimiento personal. Y el precio es, en palabras de Fromm, el
miedo a la libertad. Es muy bonito hablar de libertad cuando estás
en tu sillón tranquilita, pero en la vida real, cuando te encuentras
en una situación en la que no sabes qué hacer, te retrotraes al
patrón infantil: tú haces de mamá y el otro se deja querer, que es
donde encontramos una seguridad afectiva superficial, ficticia, que
no satisface a la persona adulta.
La teología, que es una reflexión sobre Dios, creo
que enlaza muy bien con esta propuesta del feminismo porque es
exactamente eso lo que el Evangelio nos dice: “Deja al padre y a la
madre; si no odias al padre y a la madre, tú no puedes venir
conmigo. Deja ya a la familia y mírame a mí, que soy amor y libertad
total y absoluta y camina sobre las aguas”. Eso es fascinante cuando
lo oyes, pero en la vida real quiere decir “atrévete a dar pasos que
no sabes cómo van a acabar”. Eso creo que le da a la vida un
dinamismo, un interés, al mismo tiempo que el miedo este.
Seguir los caminos trazados tampoco garantiza no
equivocarte…
Claro, pero te parece que sí.
En último término, el patriarcado es una cuestión de
poder, de manera que supongo que la propuesta de la teología
feminista, en cuanto teología de liberación, no es –dicho
vulgarmente- de “darle la vuelta a la tortilla”, que el poder cambie
de manos, sino cambiar dominio por comunión.
Esto es fundamental. El reino de lo humano no podrá
existir hasta que no estemos juntos hombres y mujeres. Este reino de
lo humano no es el de los varones al que las mujeres solicitamos
entrada. Yo no quiero ir a tu reino, que es un reino en el que tú
has aceptado que la mitad de la humanidad esté por debajo. ¿Cómo va
a ser eso el reino de lo humano? El reino de lo humano está allí y,
si quieres, caminamos como compañeros a ver si llegamos, pero mi
llegada feminista no será una llegada hacia ti, como varón, a ver si
te alcanzo. Eso sería el feminismo burgués -o ni eso- y a mí no me
interesa para nada.
Mi idea no es pensar que hay un espacio de poder que
ya está ocupado y vamos a ver si conseguimos meternos ahí dentro.
Eso no me interesa para nada. Yo quiero vivir de otra manera; creo
que esa utopía real está ahí, más adelante y es Cristo que nos
precede a la Galilea, el Cristo resucitado que nos desconcierta, que
dice “os encontraré en Galilea”, y ahí vamos con lo que tenemos, con
nuestras dificultades, pero de ninguna es algo que ya sabemos lo que
es, sino que lo vivimos en la medida en que lo experimentamos. No es
que lo piensas primero y lo vives después, sino que es vivir desde
la confianza, desde la fe.
¿Enlaza esto con otro tema muy suyo, la trinidad? Más
allá de las “explicaciones” intelectuales y oscuras de la trinidad,
nuestra experiencia humana es que, allá en el centro, somos
irreductiblemente una, así que qué gusto ser esencialmente
comunidad. Una sociedad, una historia, unas relaciones humanas
construidas no sobre el dominio, sino sobre la comunión sí que
serían imagen de Dios. No sé si se me va la olla relacionando temas…
Para mí son temas muy cercanos. El cristiano, la
cristiana adulta, hace de su referencia central no la madre, que ya
hizo su trabajo y hay que dejarla descansar, sino un Dios que es
comunión. ¿Qué quiere decir esto? En primer lugar, que la diversidad
no es sub-óptima. Muchas filosofías, la más conocida de las cuales
es el platonismo, han sostenido y sostienen que la unidad es óptima,
la diversidad es sub-óptima; es la multiplicidad del mundo caído:
nos diversificamos cuando estamos por debajo de la perfección;
cuando llegas al uno, eso es monolitico.
Pero el dios cristiano dice que no es así, porque ese
uno es una falacia, es una quimera para el mundo cristiano,
porque en el centro de la inteligibilidad de todo lo que existe
coloca un dinamismo, una danza de tres irreductibles, por encima de
los cuales no hay nada. Por lo tanto, la diversidad es óptima, es
máxima, no hay unidad que la supere; lo que no niega la unidad,
porque lo que ocurre es que no opone diversidad/unidad; formula una
unidad que sólo es posible desde y en la diversidad: más unida, más
diversificada. Y creo que esto no es una afirmación vana, sino que
es la experiencia que hace todo el mundo cuando se siente amado. En
una relación de amor no sabes dónde acabas tú y dónde empieza la
otra persona, a la vez que potencia que seas tú misma. Son dos
dimensiones que se viven simultáneamente. Que Dios es amor no es una
metáfora, es una vivencia.
La experiencia humana va por ahí y más iría si
cambiáramos “o” por “y”, la adversativa por la coordinada, si
cambiáramos el régimen de incompatibilidad de la libertad kantiana
(tu libertad acaba donde empieza la mía) por la experiencia
elemental de que los demás hacen posible nuestra libertad; las otras
personas, de hecho, no son rivales, sino posibilidades.
Claro, esta es una libertad capitallista: somos
rivales; mientras más tengas tú, menos tengo yo, en las antípodas de
la frase de Rosa Luxemburgo -“la libertad es siempre la libertad de
quien piensa distinto”- o el ideal anarquista de que nadie será
libre hasta que todos seamos libres.
Volvamos a la Trinidad…
¿En qué sentido es sacramento el matrimonio? A veces
he desarrollado esta idea para argumentar teológicamente la
posibilidad del matrimonio homosexual bendecido por la Iglesia, que
creo que no es contradictorio con nada de la teología. Soy
consciente de que el magisterio actual no va en este sentido, pero
la teología, como yo la comprendo en su profundidad no contradice
eso.
Respecto al matrimonio cristiano como sacramento,
algunas personas consideran el punto capital de esa unión la
complementariedad. Sin embargo, si decimos que es sacramento será
porque es signo de algo, que es el amor de Dios, el Padre, el Hijo y
el Espíritu y esos tres no se complementan para nada. El Padre no le
dice al Hijo “eres lo que me falta”. Esto no va así en la trinidad:
el Padre le ama gratuitamente -no porque le falte nada- y esto es lo
esencial de este amor. Eso es lo esencial de ese amor, como todo
amor; si no, es una mercancía, un mercadeo. Es un amor que no puedes
razonar. ¿Por qué amas a esa persona así? ¿Porque es rubia? ¿El día
que se tiña, se acabó? Eso es una tontería. “Porque me hace sentir
bien” Pues el día que esté de malas, tú ya puedes empezar a hacer
aguas. No, es otra cosa. Las personas somos capacidad de ser y
cuando tú te unes a otra con esa voluntad de caminar juntos, el
camino queda abierto. Eso no quiere decir, por supuesto, que tengas
que soportar una situación de abuso, pero eso es otra cosa.
Esta visión de complementariedad creo que pone en
cuestión la teología del matrimonio como sacramento, porque tiene
que ser signo de algo y ese algo es el amor de Dios, tanto el
intratrinitario como el amor hacia nosotros, que no es nunca de
complementariedad. Esa es una de las afirmaciones de la teología
cristiana, en contra de otras teologías y filosofías que vienen a
decir que a Dios le falta algo y por eso nos crea. La teología
cristana desde el principio dice que a Dios no le falta nada; es una
creación gratuita, es puro amor. Esto es fundamental entenderlo. Eso
no significa que, en lo concreto, uno tenga un don y otro tenga otro
y que se complementen, pero eso es otro nivel, no es lo fundamental.
Lo fundamental es que se reconozca un yo y un tú como distintos y al
mismo tiempo capaces de unirse de una forma que va más allá de lo
que podemos formular con palabras. Por tanto, lo esencial de ese
amor sacramental, matrimonial cristiano, de pareja, como quieras
llamarlo, es esa capacidad de reconocer en el otro a un tú
irreductible y de tratarlo con respeto, para ser libertad humana,
con que se tratan Padre, Hijo y Espíritu Santo. Lo que es
sacramental en las relaciones, sean de pareja sean de comunidad -
nuestra comunidad, como cualquier comunidad cristiana también es en
sí sacramento de ese amor- lo que las constituye como sacramento es
esa dinámica del dar y el recibir: si tú tienes algo para dar, pues
das y si no tienes, no pasa nada. Si se establece esa dinámica,
tienes un entorno de compartir.
Esto se contrapone a lo que podríamos llamar teología
o antropología capitalista, en la que lo bueno es tener; si tengo
para dar, soy y si no tengo para dar, no soy. Por tanto los pobres,
ya se sabe que se quedan a la cola de todo. Es esa dinámica la que
hace decir a Teresa “¿Qué queréis, Señor, de mí? (…) sea viña
fecunda o estéril…” Si tienes algo para dar, das; si no, pides. Eso
es lo que pasa en la trinidad, porque el Padre lo da todo y el Hijo
lo recibe, y no está acomplejado. Lo dice claramente en Juan, 10:
“Yo todo lo he recibido del Padre”. Pues vaya niñato, ¿no? Al menos
que diga que tiene algo suyo. Y te miraría diciendo “Pues claro que
no tengo mío, pero me lo da el Padre y yo lo acepto y en ese acto de
aceptación me constituyo como sujeto en la relación”.
Ahí hay mucho contenido, porque lo femenino
normalmente se postula como receptivo y lo receptivo se subordina a
lo activo, cuando lo receptivo puede ser más activo a veces porque
supone la capacidad tal vez más profunda de activarse como sujeto
receptor. Porque dar puede ser un acto externo a la persona. Dios es
amor, estamos hechos para el amor y en cualquier situación que nos
encontremos podemos amar, porque el amor no se va a adulterar.
Recibir es compartir. Podemos dar porque estamos hechos a imagen de
Dios y Dios es Padre (padre-madre, no es el nombre); podemos recibir
porque estamos hechos a imagen de Dios y Dios es Hijo; podemos
compartir porque estamos hechos a imagen de Dios y Dios es Espíritu.
Entonces, en cualquier stuación en la que estés es posible cumplir
la voluntad de Dios -que es amar- y en alguna de esas tres
modalidades siempre lo puedes hacer.
Por eso digo que la teología de la liberación, o la
feminista, no es un subapartado: o toda la teología es liberación, o
no es teología. O es feminista, entendiendo feminista como hemos
dicho: una identidad, para hombres y mujeres, a imagen de Dios, sin
quedar coartada por ningún estereotipo, o toda la teología es
feminista, o no es teología. Puesto que el patriarcado es violencia,
¿la telogía feminista es en algún sentido teología pacifista?
Yo creo que sí, por la falta de violencia intrínseca.
Eso me remite a lo que Lacan y otros dicen: que el patriarcado tiene
no sólo una violencia explícita, sino que tiene una implícita, que
es encasquillar a la gente en unos roles que son externos. Y eso no
puede ser, no queremos imaginar la posibilidad de crecimiento, de
educación, de sociedad en la que los roles no permitan que cada cual
se determine desde su interioridad. Dios nos deja hacer, aunque a
veces nos determinemos de formas que Dios debe decir ¡qué desastre!
Pero de ahí aprendemos la paciencia del amor, que acompaña sin
suplantar, porque si suplantas, dónde queda el otro. En ese sentido
profundo, dejar espacio.
Hay una palabra muy bonita, técnica, que se usa en
teología para referirse al amor trinitario, descrito como relaciones
pericoréticas. Coreo es “espacio” y peri, “alrededor”;
pericoreo significa “alrededor de”. Coreo es danza;
coreografía, por ejemplo. Pericorético es, pues, un amor que no
invade, te deja sitio, es el amor que dice “yo te amo en tanto te
hago espacio para que tú seas. No te ato. Soy feliz si tú eres
feliz, no si estás ahí mirándome, en función mía”. Eso no significa
distancia ni contradice el amor erótico y ahí está el Cantar de los
cantares. En el mismo fuego, la misma unión amorosa es amor
pericorético. Es esa capacidad de respirar, de dejar espacio, de no
anular al otro. Es fascinante que Dios nos enseñe amar así.
¿Cuál es la respuesta de la academia a sus
propuestas?
Hay dos niveles. Uno serían las facultades de
teología, que en España, donde predomina la teología católica, son
eclesiásticas y no pertenecen a la universidad civil. Aquí hay una
dificultad clarísima -un recelo- y tendría que usar un término más
fuerte: hay un espanto. Es una especie de reacción alérgica, un
rechazo visceral, un miedo de estereotipos, de prejuicios
arrastrados… En cambio -y por suerte- hay otros ámbitos, como la
Asociación Europea de Mujeres en la Investigación Teológica, de la
que ahora soy vicepresidenta, que en agosto hacemos el congreso
este, que también es un ámbito de teología académica. No quiere
decir que no tenga sus problemas, en el ámbito protestante y demás,
pero da una posibilidad de diversificar lo que llamamos teología
académica en el hecho de que haya facultades no controladas por el
estamento eclesiástico, con lo que implica como ámbito de
pensamiento libre, porque si no es libre no es pensamiento.
Evidentemente, a mí, como teóloga católica y dentro de la Iglesia
católica, no me resulta problemática mi responsabilidad de estar al
día del magisterio, de tenerlo en cuenta.
¿Qué significa para mí que haya magisterio, cómo
entiendo yo la función magisterial? La entiendo como función de
unidad. Todo lo que hemos hablado del amor, del sacramento y de la
plenitud cobra sentido en el seno de un todo, que no es uniforme,
que es extraordinariamente diverso, pero que no se fragmenta en
guetos. Creo que es fundamental entenderse en esa casa común, que
tiene muchas habitaciones y tienes que dar espacio a cada cual. Yo
ya no puedo pensar mi vida dejando de lado a las otras personas que
no piensan como yo y eso es para mí la actualización del magisterio
de unidad. De mi comunidad me gusta que pensamos todas diferente, lo
que resulta problemático cuando tenemos reuniones, pero es esencial
porque, si no, seríamos un grupo de amigas o un grupo que se ha
autoseleccionado por tendencia ideológica; aquí hay gente de
derechas, de izquierdas, feministas, no feministas, etc., pero vivir
juntas en serio es un reto. En ese sentido, creo que cuando cada
cual va por su lado nos perdemos algo. A mí me parece importante que
exista el magisterio como función de consenso, como función de
unidad, donde las afirmaciones que se hacen sobre el sentido de la
vida sean afirmaciones que no salgan del magín peculiar y particular
de un señor inspirado o una señora, sino que recojan todo un diálogo
con Dios de siglos y yo a eso le tengo mucho respeto.
Dice que “si la mayoría lo quisiéramos de verdad, la
jerarquía sería diferente”.
Me refiero a esta postura de “cuando el obispo
quiera”. Oiga, no; si usted espera a que el obispo quiera para dar
el paso, ya le digo yo que no va a dar ni uno, porque las cosas no
van de arriba abajo, Claro que algunas van así, pero esas no son las
que nos interesan; las que nos interesan no han ido nunca de arriba
abajo, no ha habido ninguna revolución de arriba abajo, son todas de
abajo arriba. El cristianismo va de abajo arriba y empieza donde
empieza y Jesús se encarna como se encarna. No se encarna emperador,
que hubiera sido más fácil: se encarna emperador y decide cómo tiene
que ir todo. Pero se encarnó en el pueblucho ese, en la punta esa
colonizada: un desastre a ojos humanos, pero ese es el reto a
nuestra manera de pensar. En fin, que no estoy yo para quejarme de
qué obispos tenemos, sino para ver cómo vivimos nuestro cristianismo
de tal manera que todo tenga que cambiar necesariamente, pero para
eso tenemos que estar todos en la onda.
En algún sitio he leído, con perplejidad, que en
algún momento de su vida había querido ser cura.
Pues yo nunca he dicho eso, pero sé que alguien lo
puso en mi boca en algún momento.
Lo borro
Sí, sí. Sí, sí.
¿Por qué las religiones, que tienen un mensaje de
liberación, resultan tan patriarcales, incluso más que la sociedad?
Tengo interés en ir estudiando más esto y no digo que
no sea así, pero no me gustaría aceptarlo de entrada sin haber
profundizado más. Yo tengo que oponer ahí mi propia experiencia. He
encontrado unos espacios en lo que podemos llamar el ámbito
religioso mucho más liberadores o al menos patriarcales en su día a
día que en otros espacios, como por ejemplo la universidad y el
hospital, donde las relaciones laborales son un desastre. Ahí las
vacas sagradas son las vacas sagradas que, por supuesto, siempre son
toros y el “niña” y las bromitas están al orden del día y lo que
significa tener que aprender a hacer, dónde se toman las decisiones,
por qué hay más estudiantes de medicina que “estudiantos” pero el
porcentaje de catedráticas es un ridículo 1%. Que el discurso de la
Iglesia está, digamos demodé, que a veces sale con unas cosas
que mira tú y que el discurso de la sociedad parece súper, pero que
a la hora de la verdad quienes se operan son las mujeres, quienes
sufren por no dar la imagen como objeto de deseo son las mujeres,
etc., pues no sé si menos que otras generaciones. Me interesa este
estudio crítico de nuestra sociedad contemporánea como sociedad más
liberada para la mujer, que en algunas cosas es obvio, pero en otras
tal vez no tanto. No digo esto para hacer apologética, que es algo
que a mí no me interesa, sino para intentar ver dónde está el
problema.
Por ejemplo, este monasterio tiene desde el siglo
XIII una tradición ininterrumpida de mujeres viviendo solas, con un
archivo que deja constancia de ello. El feminismo en general se
queja de que se rompe la tradición, que tenemos que reinventar la
rueda cada vez; bueno, pues hay ciertos ámbitos, no solo en la
Iglesia católica, también, por ejemplo, en el budismo, donde ha sido
posible crear estas tradiciones, claro que con dificultades y
límites, pero en la sociedad secular esto en la historia no tiene un
paralelo claro. Hoy en día el lenguaje no parece que salga del siglo
pasado y no es muy apropiado, pero la realidad del respeto con el
que te puedes sentir tratada en ciertos ámbitos, desde luego yo con
estos monjes de aquí [Monserrat], mejor que con los compañeros de la
universidad.
Los monasterios tienen una historia como espacios de
libertad (¿qué habría sido de sor Juana Inés o de Teresa de Ávila
fuera de un monasterio?), pero la realidad de los cristianos comunes
no es esa.
Sé bien que hay parroquias en las que el párroco hace
y deshace, pero la gente que no le gusta, se va. Tengo que decir que
mi experiencia de comunidad parroquial también ha sido mejor que los
ambientes laborales que antes decía.
A mi esto me vale para plantear bien el problema y no
quedarme en lo que es más visible. Intento no asociar Iglesia con
jerarquía; no prescindo ni miro para otro lado, está ahí, pero eso
no es para mí lo más importante de la Iglesia. Cuando, por ejemplo,
miro grupos de base, no sólo en la Iglesia católica, veo que la
gente que profundiza en su relación con Dios crece como persona y se
ayudan mutuamente. Y suerte hemos tenido de que existan grupos como
los cuáqueros, tan importantes, con Margaret Fell, que me dejaron
muy fascinada cuando los conocí, cómo ya en el siglo XVII y con
continuidad hasta hoy siguen con ese modelo no jerárquico, con una
igualdad de género que casi dan ganas de hacerse cuáquera.
Me llama la atención que cuando le preguntan dónde
nació, una mujer de mirada tan amplia, respondes con el barrio. Sí,
sí, así es: nací en Gracia [Barcelona]. Como me dijo una vez un
amigo mío, también teólogo, nací en el barrio de Gracia, en la calle
Libertad, que es exactamente mi tesis doctoral: solamente en el
“barrio” de la gracia se puede vivir la libertad personal máxima.
Parece que este año no ha habido gripe A. ¿En qué ha
quedado todo aquel barullo?
La supuesta vacuna de la gripe A se ha incorporado a
la vacuna de la gripe estacional, pero lo que está claro es que esa
pandemia terrible, asociada al miedo, no se aguantaba sobre ninguna
base. Hubo muchos médicos y médicas que no lo siguieron, que yo creo
que es lo que tenemos que hacer, tener siempre sentido crítico, con
lo que regresamos al inicio de la entrevista: la experiencia de
contradicción que no tiene por qué darnos miedo. Vivir es luchar, no
en el sentido de violencia, sino no entender la vida diciendo “¿cómo
es que no me sale todo bien?”. ¿A qué te crees que has venido?
Una historia budista –contada en versión rápida-
habla de un maestro que a quienes venían a consultarle, les decía
“Mire, no me cuente su problema, porque usted viene a contarme un
problema y yo quizá le pueda ayudar, pero luego le vendrá otro,
porque todo el mundo tiene que tener 83 problemas, y yo con esos no
tengo nada que hacer; yo sólo puedo hacer algo con el 84”. “¿Y cuál
es ese?”, pregunta su interlocutor. “El problema 84 es que nos
creemos que no tenemos que tener problemas”. Esta es la experiencia
de contradicción, que creo que también es una manera contemporánea
de expresar la humildad: pensar que es normal que tengas problemas,
de modo que, cuando te viene uno, en lugar de poner el grito en el
cielo, empieces a ver cómo se soluciona, sin quedarte en el lamento
de ¡cielos, tengo un problema!
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